FabiánLebenglik

Daniel García: Fin de ciclo

Revestida con la distancia de la mirada culta, cargada de literatura, fotografía y cine, el centro de la pintura de Daniel García es la tragedia. Una tragedia aterciopelada, contenida, exacta, evocada a través de un tratamiento híbrido entre la fuerza de la expresión y la precisión descriptiva.
Los cuerpos y objetos, pero especialmente las cabezas (el lugar de las ideas, el lugar de la locura) están pintados con la claridad del realismo y con una pasión por el detalle tan frontal como "pedagógica". Todo se muestra de un modo explícito, sin ambigüedades, cosa que a esta altura resulta de una obviedad irónica. Sin embargo esa obviedad no se traslada al sentido: lo que aparece pintado no solo es lo que parece. Por un efecto de cautela cultural de la mirada contemporánea, el discurso de la certeza siempre es procesado como duda. Porque en estos tiempos la certeza resulta menos convincente que la duda. Una es el revés de trama de la otra. La obra de Daniel García también propone un viaje en el tiempo: la pintura, que luce antigua, remite a un pasado ominoso que puede hacerse presente o, en todo caso, envía al espectador a otro presente posible. La elección de la imagen evoca objetos y cuerpos de otra época instalada en ésta, como si, de vuelta del dolor, los cuerpos y objetos pintados fueran testimonio iconográfico de un infierno cotidiano y paralelo. La serie de cabezas toma la forma de una galería de casos. Son imágenes de la excepcionalidad: casos criminales, clínicos, psiquiátricos. La clave está en la excepción a la regla, mostrada como norma, de manera que el caso toma dimensión genérica para invertir el modelo social y político, para tomar la parte por el todo. La obra tiene un marcado tono antimoderno o, más específicamente, premoderno. A través de la mostración del caso -de ese uno elegido entre muchos, justamente por su perversa ejemplaridad-, el tono dramático adquiere un sesgo moral y ejemplarizador, porque lo que se muestra siempre aparece como inconveniente y admonitorio: un repertorio desviado, hecho de contraejemplos, de lecciones de padecimiento y escarnio.
La imagen tiene un carácter corrosivo que se multiplica en todos los niveles de construcción y de lectura: a partir de la claridad de distribución de los objetos en el plano y de la burla de los discursos positivos como la medicina, la propedéutica, la antropometría, la pedagogía o la psiquiatría, considerados todos como cohercitivos y escolásticos. Se trata de una pintura que para analizar y criticar toda una concepción del saber, se sitúa dentro de las coordenadas de ese saber para corroerlas y minarlas.
La antología que presenta el pintor es una selección de obras realizadas en el período 1990/1997. No es una retrospectiva sino que se trata de un recorte de tiempo relativamente corto o relativamente largo, según se lo mire, en el que indiscutiblemente (le) pasaron muchas cosas. Desde su primera muestra en Buenos Aires, con las camillas (pintadas en Rosario en 1990 y exhibidas en el Centro Recoleta en 1991), hasta la serie de cabezas envueltas en vendajes, pintadas durante 1997, con las que participó del envío argentino a la última Bienal de Venecia y a la primera Bienal del Mercosur (en Porto Alegre). En ese recorrido el artista afianzó la imagen de su obra -en parte gracias a la beca que le permitió formar parte del taller de Guillermo Kuitca-, hizo una carrera internacional y una fuerte carrera nacional, en el marco de la cual ganó varios premios y distinciones.
En este sentido, los ocho años transcurridos parecen poco tiempo, y tal vez el paso de Daniel García no fue suficientemente registrado por un público que parece conocer aisladamente algún trabajo, pero que, gracias a esta muestra antológica -que en la evolución del trabajo del artista cierra un ciclo que se abre y se cierra en el Centro Cultural Recoleta-, puede conocer el desarrollo coherente de la obra.

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