Carolina Antoniadis: La sociedad decorativa.
por Jorge Glusberg.

ex Director del Museo Nacional de Bellas Artes.

 

Hay una obra de Carolina Antoniadis (1961) cuyo título dice más de lo esperado: Problemas de género (1995). Es uno de sus simulacros de tapicerías barrocas o de telas estampadas, profuso en arabescos y en imágenes que suponen seres humanos, animales, plantas, vestidos. Así entramos en el terreno fértil de las alusiones y las implicancias. Género: el varón, la mujer. Génro: un producto textil. Género: modo o manera de hacer una cosa. Género: pintura de una escena de costumbres o de la vida cotidiana. ¿A qué género se refiere Antoniadis? Sin duda, a todos y cada uno. Porque están aquí el varón y la mujer, el macho y la hembra, el lienzo (soporte), el paño, su modo o manera de hacer arte, su interés por lo cotidiano y lo común, su visión de las costumbres. En cuanto a los "problemas", también están todos y cada uno, porque Antoniadis es maestra en ironía, en desarticular el lenguaje ordinario, coloquial, las frases hechas, los refranes. Es que Antoniadis aborda sentidos opuestos y los transforma en complementarios. El común denominador es el paralelismo, ya que disuelve los contrarios estableciendo entre ellos una particular y sutil correspondencia, donde el humor acepta mediar y proponer un delicado equilibrio. En la primera etapa de su jugosa y atrayente obra, Antoniadis -nieta de un pintor de paisajes a quien no conoció pero cuya presencia se le impone desde los óleos que quedaron después de su muerte- trabajó en el tema de la casa, de los interiores, como resumen y paradigma del ser humano. Lo hace, según quería Bonnard, entre el intimismo y la decoración, y este es el primer par de opuestos- de implicaciones- que terminan completándose, correspondiéndose, paralelizándose (si se admite la palabra). La casa es, más aun que el paisaje, un estado de ánimo, enuncia Bachelard. "Por eso añade, las imágenes de la casa están en nosotros tanto como nosotros estamos en ellas. Las cosas que pueblan una casa son objetos-sujetos, sin los cuales nuestra vida íntima carecería de modelo de intimidad". En suma, las casas, sus cuartos, sus enseres y pertenencias, pueden leerse. Antoniadis los lee, pintándolos y, a la vez, los pinta, leyéndolos. No sólo acentúa lo decorativo: hace de él un medio capaz de representar el mundo de hoy. Si todo arte, como indicábamos, tiene siempre un componente decorativo, lo decorativo ha terminado por ser el arte de las sociedades actuales. El célebre arquitecto Adolf Loos, un precursor del racionalismo, escandalizó a sus colegas al proclamar, en 1908: "El ornato es un delito". Hoy, sin embargo, el ornato no sólo no es un delito: puede ser una obra singular, un hecho sacro. Todo es decorativo, y todo debe serlo, empezando por los seres humanos, especialmente las mujeres, a quienes la cirugía plástica quita años en segundos, las dietas y la gimnasia robustecen la salud. Como dice Baudrillard, el elixir de la vida, afanosamente buscado por los alquimistas, ha sido descubierto en la segunda mitad del siglo XX: todos queremos ser eternamente jóvenes, como las figuras del Kimono, que parecen sacadas de un aviso de la década del 50. Antoniadis evita los juicios drásticos; como es habitual en ella, plantea el tema y lo deja en nuestros ojos. Porque la obra de Antoniadis es una obra para ver y pensar. Para ver sus figuritas repetidas -nunca mejor empleada esta metáfora argentina, aunque aquí la repetición de la figurita no es un contratiempo sino una necesidad-, sus decenas de cabezas, sus objetos dispares, sus animales multiplicados, sus seres imaginarios, sus símbolos heráldicos, y para pensar en lo que callan y dicen sus alegorías: Amor equino, Perdido en la selva circular, Lujo asiático, Relaciones peligrosas, Deseo elíptico, Almas gemelas, La elegida. Pero lo decorativo, si por un lado ampara a las sociedades actuales, por otro lado las desoculta. Lo decorativo es, al mismo tiempo, constructor y deconstructor, disfraz y desnudez, regimentación y revelación, porque en su esencia misma, en sus dispositivos secretos, en sus manías supersticiosas y en su afán de igualdad a ultranza -igualdad exterior, ante todo-, está el germen de su disolución. No es que lo falso termine por ser verdadero sino que lo verdadero es falso, y lo falso es verdadero, y en este juego de encubrimiento/descubrimiento todo se pierde y nada se transforma.

<<

<c r i t i c a

© arteUna - Todos los derechos reservados. Registro a la propiedad intelectual N.706.777