JuanAstica

Mar negro
por Fabián Lebenglik

Hay toda una secuencia engañosa de formas, colores y texturas que están dispuestos sobre la tela y que establecen juegos de contrastes, proporciones y puntos de vista diferentes y simultáneos. Esos juegos, que bien podrían constituir un cuadro, sin embargo son espejismos. Funcionan como una gentileza visual para el que no quiera seguir mirando, o como una convención que ata esta nueva producción de Juan Astica con la anterior. Los motivos que se repiten pueden ser plantas, planos de edificios, estrellas, calamares, lenguas de fuego y miniaturas que flotan en la superficie de la tela. También los brillos, los trazos interrumpidos y retomados, las huellas de algo que se posó pero ya no está, contribuyen a la riqueza 'superficial' de la obra.

Como el acomodador del relato de Felisberto Hernández -que se compromete tanto con su oficio hasta que los ojos proyectan luz-, lo que Astica busca es un espectador con ojos linterna. Hay una profundidad en los cuadros que pide una luz imposible y un ángulo de visión lateral.

Si pintar es enfrentarse a una imposibilidad, Astica muestra que mirar es el revés de trama, también imposible. Prestar atención sobre lo que se ve no es suficiente: el pintor coloca al espectador frente a frente con lo que casi no se puede ver, con las dudas, indecisiones y misterios del arte, con las formas que se intuyen.

Sus cuadros están pintados con el tiempo, con el sedimento, con la intensidad de quien busca otro mundo al que se entra fabricando la propia llave, entre opciones infinitas.

El camino introspectivo de esta serie es el que va desde el saber hacia el no saber. Astica se libera dificultosamente de su formación académica, de su destreza técnica, del virtuosismo de su obra anterior, para ir a fondo en la pintura, para tantear las relaciones con la filosofía, con el conocimiento, con las ciencias imperfectas y con el presente angustioso y complejo.

La imposibilidad de ver completamente -para eso uno tiene la necesidad, en principio, de buscar una linterna para hechar más luz sobre la obra-, primero aparece como una frustración, pero después dispara la imaginación. Cuando el ojo, lentamente, se va adaptando a la penumbra, a la oscuridad de ese mar negro, lo profundidad de la tela comienza a mostrar, a su modo, lo intenso de su construcción, capa sobre capa.

Si el camino usual del conocimiento es el que va del no saber al saber, Astica invierte la dirección del proceso y avanza hacia el no saber. Ese es el camino del cuestionamiento de lo dado, desde el punto de vista de la pintura.

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