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HectorMedici


Rosa María Ravera
Presidente de la Asociación Argentina de Estética, Miembro de número de la Academia Nacional de Bellas Artes.

 

Un viejo libro de arquitectura, en su momento útil para esos estudios, hoy le sirve a Medici para rastrear un interés personal de larga data, ya orientado en aquel entonces a evaluar las elegantes volutas de la ornamentación barroca. Más exactamente rococó. Formas que le provocan, simultáneamente atracción y rechazo. La conflictualidad de esas sensaciones parece no abandonarlo en sucesivas etapas que entrecruzan motivaciones muy variadas, referibles a cierta necesidad espiritual constante. Una exigencia que de alguna manera define su pintura: el deseo de comprender nuestro mundo mediante la interpretación de sus hábitos de representación, más usuales. La producción actual da pistas; planos fragmentados, rectangulares o cuadrados, en ocasiones reportes de tapicería, trozos de gobelino, a veces colgando, infaltablemente acompañados por un hilo invasor que deambula y perfila bordes o se encapricha en tránsitos superfluos. Son formas residuales en las que se adivina una antigua base geométrica. Las reminiscencias de un orden cúbico no se han disuelto del todo.

Medici abandonó la arquitectura por la pintura, no sin acusar marcas reconocibles de esa formación profesional. Su labor hoy destaca dos temáticas centrales: el espacio del jardín y la dimensión urbana, con su retícula y los códigos que la soportan. Preludios y antecedentes de estas preocupaciones se detectan a inicios de la década del 80. Vale la pena recordarlos, dado que ofrecen un "pendant" visible con lo actual. Son cuadros de geometrización rigurosa, perfectamente calibrados con preeminencia de horizontales y verticales, de tratamiento sensible, sutil. Así "Nadie huye" (1979). Hay grillas, hay cubos, está el verde de la naturaleza. Y hay algo todavía, un detalle marginal que inaugura una dinámica por cierto no intranscendente: un pseudo plano - ventana (a través del cual se ve el paisaje) convertido en un filoso borde sigzagueante que impide abruptamente, la ilusión de la ficción.

Medici lo siente intensamente: el arte es artificio, lo es el jardín y muy particularmente el rococó. Es artificial la representación del espacio tridimensional, invención de la modernidad que tiene siempre en la mira y a la que retorna con íntimo propósito de subrayar su carácter construido y racional. Le interesan en grado sumo el valor cultural de las concepciones modernas y su capacidad de orientar y extender el gusto como si se tratara de un "espacio común universal" del que queda borrado el carácter ideológico y construido. Así hoy sucede con ese símbolo de la visibilidad de nuestro tiempo que ha logrado ficcionalizar la realidad, la televisión, cuya silueta rectangular es reproducida con frecuencia en los cuadros. Para Medici su extraordinaria difusión ha reemplazado aquella simbólica representación del espacio que es la perspectiva. Y esas formas cuadradas, esa grilla, no son sino el resto de su esqueleto geométrico que parece estar en la base y el origen de esta práctica pictórica. Quizás toda la obra de Medici sea un continuo jugar con el sistema de representación clásico, descolocándolo en permanencia. Una forma de crítica a la modernidad y, como se aprecia sucesivamente, una aspiración profunda a lo que ya no es artificio.

Por lo pronto, la naturaleza es siempre de alguna manera, lo Otro. Lo fue para el mismo renacimiento y lo es, más aún, para nosotros, especialmente si nos pensamos en contexto americano. Esto parece tenerlo muy presente el artista. Como resultado se comprueban en su obra una instancia de heterogeneización, reiterados recursos y estrategias que le sirven para filtrar, en lo homogéneo de tradición histórica, el destello de una alteridad. Las alternativas crean variantes y transformaciones sustanciales. Aparece lo humano, primero en dimensión mítica, con el acento prometeico de Icaro y la presencia de Venus, luego con la gestualidad de una silueta en la que se vislumbra la condición interrogante de lo masculino y lo femenino. Irrumpe una voluntad de clima informal, la recta se torna cordón irregular, filamento que diseña sus andanzas en territorios dinámicos, en superficies que acogen ahora una inusual densidad matérica. Se propone una nueva síntesis de naturaleza y cultura con un soporte inédito, con telas de un previo diseño textural a modo de protuberancia vegetal y a la vez de ornamento rococó. En "Prender y apagar -Las cuatro estaciones" (1997), el juego de los colores - fríos y cálidos - designa emblemáticamente el devenir de la naturaleza, su muerte y resurrección.

La obra de Medici intente delimitar un espacio en que la ficción se autocalifica, donde al crearse la ilusión se muestra el artificio y donde, en fin, queda descubierto el carácter semiótico de los procesos culturales. En nuestra época de la visibilidad total que medita escasamente sobre el "ver a través" (interpretante), este operar reflexivo apunta a señalizaciones simbólicas. En el fondo está el recuerdo de lo que, distorsionado, aún persiste; mientras la angulación de la mirada se dirige sin reservas a retener, en el instante gozoso de un ritmo danzante, el anhelo de una dimensión humana arcaica. Una condición primigenia que ya no nos pertenece, pero a la que tiende, con lenguaje indirecto, el sistema de signos de esta pintura.

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