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MarceloPelissier


Marcelo Pelissier: El sueño de Heráclito.

Horacio Safons
Presidente de la Asociación Argentina de Críticos de Arte

"Los despiertos tienen un mundo en común, los dormidos cada cual el suyo". En qué‚ puede soñar Heráclito de Éfeso, llamado "el oscuro", ese amigo de la soledad, sino en el devenir y en la "medida" que marca el ocaso y el alumbramiento de los mundos. ¿Y en qué‚ le concierne a Pelissier el sueño que sueña Heráclito? No más, pero tampoco menos que el sueño propio. Su indagación se dirige hacia esos mundos personales de las seres "dormidos", en busca de la raíz común. Hacia el sentido de la pérdida, que cita reiteradamente tanto al Paraíso, como al orden celeste y a los animales borgianos, en especial a los fabulosos, a los que agitan como locos, a las innumerables y a los etcétera; hacia la dimensión del castigo, acotado en sus espacios flamígeros y calor erosionado en su complementariedad perceptiva e irritado en su fricción psicológica; hacia la escena como topografía del gesto, la narración y la historia. Mezclas indisolubles que fundan cierto carácter romántico (Schlegel) que sobrevuela la pintura de Pelissier, sin afectar sus paradigmas clasicistas.

Pintura que acota el sentido de lo secuencial, un flujo representativo, que estructura la imagen entre lo emblemático y lo simbólico, con un especial interés por la línea como continente táctil (correlato del plano y, también, del arabesco y del ritmo); pintura en escena y sin dejar de ser escena, pintura "monumento", coexistencia de dos modos de presentar y de existir; también, por cierto, pintura de metáforas visuales, citas iconográficas y paratextos, que seducen nuestra ansiedad de plegaria, como nuestras aproximaciones iniciáticas. Analogías, ambivalencias, bifurcaciones conceptuales que discurren en la imprecisa arquitectura de la postmodernidad pictórica, pendulando entre la polaridad del ser (lo explícito y lo psicológico), la promesa y el sacrificio, el mensaje y el enigma.

Marcelo Pelissier agita los mundos interiores desde una posición en que la pintura es vehículo de un "saber" enraizado en lo subjetivo y expandido en el historial de espacio, forma y color de los siglos XIV y XV. Hay curiosas contigüidades, imprecisos parentescos, cromatismos evocantes, ordenamientos formales y espaciales próximos y hasta un sentido de la pintura como desiderata y razonamiento, que entronca con la concepción renacentista de la humanitas. Historia revelada, por momentos metafisica, andada en un sentir del propio yo, que se ilumina según capítulos, estaciones del vía crucis, marcas eróticas, estigmas, palimpsestos...

En el azul del rio, sobre el fondo de un espacio roto en fragmentos, fluyente hacia las profundidades, la azarosa yuxtaposición de la verde serpiente marina y el pulsátil cerebro de la especie, anudan la singular extrañeza de un encuentro fortuito que el artista determina como inexorablemente inevitable.

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