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          Eduardo 
            Blaustein Prohibido Vivir aquí 
             Una 
            historia de los planes de erradicaciónde villas de la última 
            dictadura C.M. de la V.
 Parte 3
 
 Banda en fuga y libro azul.
 Año 
            2001, el de la Odisea en el Espacio. Luna esquina Iriarte, en Barracas. 
            La villa 21-24 sigue ahí. Hay galpones y una canchita en frente 
            de la villa, donde está la parada del 70. Pasando Montesquieu, 
            en un paredón grande, la gente hizo un mural con una leyenda: 
            "Cuidemos el barrio". No hay un cambio súbito en 
            la fisonomía de los frentes, en Iriarte al 3500, cuando Barracas 
            se hace villa. Es un cambio más sutil, que no necesita de la 
            intervención de muros aisladores. Todo el frente de la villa 
            a lo largo de la avenida es un sucesión de boliches angostos 
            y a lo largo de la vereda coches y camionetas medianamente ruinosas, 
            más un camión atmosférico que extiende sus mangueras 
            de extracción. Entre las paredes de cada boliche desembocan 
            los pasillos estrechos que vienen de los descampados internos. A cada 
            salida de pasillo corresponde una zanja con su arroyo jabonoso y su 
            pequeño puente de madera o cemento. Un perro grande se monta 
            a una perra chica, quedaron abotonados. Ambos miran a todas partes. 
            Los vecinos, a punto de intervenir, discuten con qué estrategia.Poco más allá está una posible entrada oficial 
            al barrio, la construcción de la mutual Flor de Ceibo. Ese 
            es el centro social y comunitario de la villa. Un par de mesas, algunas 
            sillas, gente que entra y sale, el mate, el termo, las facturas que 
            se ofrecen a la visita. En una lámina grande puesta sobre la 
            pared dice "Plan de pago de tierras". Hay varias opciones 
            : desde las 24 cuotas de 72 pesos mensuales (más la cuota social) 
            a las cuatro cuotas de 400. O, en su defecto, 1.600 pesos al contado, 
            más la cuota social. Sobre otra pared, un despliegue de fotos 
            que muestra de qué manera los villeros van construyendo sus 
            casas. Lo hacen grupalmente, sin saber cuál casa le corresponderá 
            a cada uno cuando finalicen, para asegurar sudores y esmeros equitativos.
 El Flaco Guillermo Villar, alto y pelilargo, antiguo jugador de San 
            Lorenzo y de diversos equipos sudamericanos, es el referente de la 
            mutual.
 Hace 
          ya una considerable cantidad de años, el Flaco inventó 
          en la villa una propaladora, es decir una radio a megáfono. Esa 
          propaladora después se hizo FM comunitaria, la Sapucay, nudo 
          de articulaciones varias. Alguna vez, allí mismo munido de su 
          micrófono y gracias a la intermediación del periodista 
          televisivo César Mascetti, el Flaco se produjo un notón: 
          recibió en la radio al doctorazo Guillermo Jorge del Cioppo, 
          el principal ejecutor del plan erradicador del Proceso, y lo sometió 
          a riguroso interrogatorio. Dicen que lo hizo polvo. Pero esa FM no está 
          más. Aparentemente, ciertas internas políticas en el barrio, 
          cizañeadas desde afuera, derivaron en cierto triste final.La visita a la 21 no es sin embargo tanto para dar con el Flaco como 
          para charlar con alguien más veterano, en edad e historia. Ese 
          alguien es un hombre de unos sesenta y pico, alto, muy entero, con una 
          gorra con visera. El tipo estaba en la entrada de la villa hace rato, 
          hubo un mal entendido con los horarios. Está de mal humor. sigue 
          como rumiando su bronca, una vez adentro, y aunque comienza la ronda 
          del mate. Parece que el Flaco, siempre sonriente, no le explicó 
          del todo de qué se trata la historia, la de preparar este librito. 
          Antes de testimoniar nada, dice el tipo, la Comisión Municipal 
          de la Vivienda debería hacerse una autocrítica, y una 
          autocrítica del tipo feroz. Habla duro y se expresa muy bien. 
          Mira duro también, y larga esta frase:
 -Yo no sé si les aconsejaría a los compañeros de 
          la villa conceder entrevistas a la Comisión Municipal de la Vivienda.
 Vuelve a reiterar lo del pedido de autocrítica. Levanta un dedo 
          y agrega:
 -Institucional.
 El tipo viene de sufrir un castigo duro, durísimo, que viene 
          de años. Está sentado firme sobre la mesa, y extiende 
          unos brazos enormes y comienza a
 negarse terminantemente a testimoniar sobre nada. Mucho menos a presentarse 
          como lider de nada. Aunque tampoco, añade, a minusvalorarse. 
          Tal la literal expresión. El hombre sobre la silla emplea un 
          discurso extraordinario, hecha sobre muchas experiencias y lecturas. 
          Vuelve a aludir a la CMV, al origen de clase de sus funcionarios.
 -Me inquieta cómo se conciben ellos como institución.
 Es tal cual lo habían dicho otros antes que él, o como 
          lo había resumido Cymes: para más de un sobreviviente 
          de las villas, "La CMV es el enemigo". Palabra va, palabra 
          viene. De a poco el hombre afloja, se va enchamigando. Pero no deja 
          de establecer pautas de negociación. Se lo ve bien curtido en 
          la materia. Veremos, dice, si concede la entrevista. Los compañeros 
          tendremos que reunirnos. Acepta finalmente una segunda cita, para dentro 
          de un par de días. Lo hace a regañadientes. Comparte sí 
          la idea de hacer memoria y dice:
 -Estamos entrenados para el olvido.
 El tipo, por supuesto, es el que dos días después exigirá 
          no ser presentado con su nombre. Es el que firma sus escritos como Sobreviviente 
          C.
  
          El mal argentino.  
          A partir de mediados de los '60 la población villera del país 
          comenzó a crecer a una tasa descomunal: el 15% anual. Durante 
          años, y lo mismo a partir de la retirada del Proceso, el ritmo 
          de crecimiento de la población villera en Capital estuvo por 
          encima de la del promedio. En su conjunto, hacia 1973 los conglomerados 
          villeros conformaban la cuarta ciudad argentina, aunque medianamente 
          invisible, o al menos no siempre oficializada. Sólo en Capital 
          y el Gran Buenos Aires existían 400 mil villeros repartidos en 
          600 núcleos poblacionales. Cuando los militares ocuparon el poder, 
          en marzo de 1976, en la ciudad de Buenos Aires vivían exactamente 
          224.885 villeros. Esa es al menos la cifra proporcionada por las propias 
          autoridades militares, en la que incluyeron 9100 habitantes de seis 
          Núcleos Habitacionales Transitorios y a otros 6930 que poblaban 
          los barrios Rivadavia, García y Mitre. Como se explicó 
          al relatar la historia de Magtara Feres, esos no eran "villas" 
          -como pretendieron los militares- sino barrios construidos por el Banco 
          Hipotecario. Sus vecinos ya habían pagado o estaban pagando las respectivas 
          cuotas, desde hacía años. De todas maneras la CMV rebautizó 
          como "Villa 44" al barrio Rivadavia y planificó construir 
          una playa de transferencia de cargas en el agujero que quedara.
 Hay buenas razones para creer que en más de un caso el forzamiento 
          de la
 categoría "villa" obedeció lisa y llanamente 
          a planes erradicadores detrás de los cuales se escondían 
          interesantes negocios inmobiliarios. Un caso particularmente llamativo 
          es el del barrio Coronel García, de Escalada y Roca, "compuesto 
          por integrantes de la Policía Federal", según reconocen 
          los documentos de la CMV de entonces. Sin embargo, desde los escritorios 
          del funcionariado, ese barrio de cien viviendas de material prensado, 
          cruzado por calles y sendas peatonales, también se hizo "villa".
 A la hora de estudiar las políticas urbanas del Proceso, el investigador 
          y politólogo Oscar Oszlak es uno de los que más énfasis 
          puso en subrayar la concepción global que tenía el gobierno 
          militar. La concepción "del orden social que aspiraba instituir, 
          del lugar que en el mismo se asignaba a los sectores populares, del 
          papel estratégico que tenía la ocupación del espacio 
          geográfico y de la distribución poblacional juzgada más 
          conveniente a los fines de la 'seguridad nacional'".
 El razonamiento sigue así:
 "El fenómeno nuevo que se advierte en la política 
          argentina después de 1976 es, precisamente, la subordinación 
          de medidas aparentemente aisladas y puntuales, a grandes lineamientos 
          de política que responden a un modelo de sociedad que poco tiene 
          que ver con la experiencia previa del país".
 El Proceso militar retomó una discusión histórica 
          y legítima acerca de uno de los "males" estructurales 
          del país: la de las grandes extensiones "vacías" 
          dentro del territorio argentino, la del despoblamiento versus el sobrepoblamiento, 
          la de la hipertrofia del país con cabeza de león y cola 
          de ratón. Como se sabe, el debate arranca por lo menos con Sarmiento 
          y Arturo Jauretche hizo célebre en su Manual de zonceras argentinas 
          la zoncera nº 2 -"El mal que aqueja a la Argentina es la extensión"- 
          y la zoncera nº 3 -"Lo que conviene a Buenos Aires es replegarse 
          sobre sí misma"-. Lo que hizo el Proceso al retomar las 
          riendas de esas discusión, que sigue siendo imperiosa, fue pretender 
          llegar a una resolución por la vía de métodos brutales. 
          Fue más o menos por entonces que comenzaron a manejarse con notorios 
          sesgos de impunidad discursiva nociones tales como la de "viabilidad" 
          -de la Nación, de las provincias- o de los "excedentes poblacionales", 
          o de la cantidad de gente que podía quedar dentro o fuera de 
          un proyecto de Nación según el modelo a elegir.
 Desde la Presidencia misma, el gobierno militar requirió a dos 
          mesas de trabajo interministeriales el diseño de estrategias 
          que permitieran tener bajo control "el crecimiento de la región 
          metropolitana bonaerense". Esos planes debían contar con 
          el apoyo de la secretaría de Planeamiento y la coordinación 
          de una denominada Dirección General de Ordenamiento Espacial. 
          La sola denominación técnica de las agencias de gobierno, 
          retrotrae a los planes del Onganiato, sólo que en términos 
          aún más exacerbados. De nuevo, las estrategias a aplicar 
          deberían ser drástica y totalizantes. En materia de políticas 
          urbanas, y en Capital Federal, los planes de erradicación de 
          villas también eran parte de una estrategia integral, sustentada 
          al menos en cuatro acciones fundamentales. Siguiendo la sistematización 
          hecha en un trabajo coordinado por Hilda Herzer, producido por el Instituto 
          de Investigaciones Gino Germani, esas "cuatro patas" de la 
          estrategia urbanística del '76 son:
 -La ley provincial 8912 de ordenamiento territorial, que "tuvo 
          como efecto la no realización de nuevos loteos destinados a la 
          población de bajos ingresos". A la larga, el destino estratégico 
          de buena parte de los "espacios vacíos" sería 
          el de los countries, los barrios cerrados, los cementerios privados. 
          Emprendimientos dirigidos a quienes hoy se denominarían los "ganadores 
          del modelo".
 -La nueva ley de locaciones urbanas que dispuso el descongelamiento 
          de los alquileres en un período de tres años. Como se 
          verá más adelante, muchos de los antiguos inquilinos engrosarían 
          las cifras de expulsión y empobrecimiento.
 -El programa de construcción de autopistas, que, junto con los 
          estacionamientos, "favorecieron la apropiación de renta 
          en los terrenos céntricos. Al paso de la demolición, se 
          profundizará el déficit habitacional".
 -La erradicación de las villas.
 Vistas estas estrategias en conjunto, la reestructuración urbanística, 
          antes que paliar problemas de infraestructura o resolver el problema 
          histórico del déficit habitacional, desencadenaba fuertes 
          efectos redistributivos, concentradores, y dejaba afuera a buena parte 
          de los sectores populares. Sólo como para hacer una referencia 
          rápida a una de esas "cuatro patas", que no sea la 
          de las erradicaciones de villas, conviene resumir lo ocurrido con la 
          "liberación" de los alquileres (sólo tres años 
          atrás la palabra liberación se usaba para otra cosa) y 
          sus efectos. Esa otra historia, tanto por el tipo de diagnóstico 
          que hacían las autoridades, como por sus promesas acerca de lo 
          bien que iban a salir las cosas, es esencialmente paralela a lo ocurrido 
          con las villas y sus habitantes.
 Los debates acerca de cómo salir de la opción "alquileres 
          libres" contra "alquileres congelados" ya eran crispados 
          antes del '76. Las autoridades militares consideraron tempranamente 
          el problema, al punto que el comunicado nº 13 de la Junta ya lo 
          incluía en la agenda oficial. Para cuando la llegada del golpe, 
          prácticamente no existían alquileres en oferta, ya que 
          los propietarios estaban a la espera de la liberación del sistema. 
          Un departamento de tres ambientos que fuera a salir al mercado tenía 
          un precio de alquiler de unos 20.000 pesos, contra un salario promedio 
          de 36 mil. Las asociaciones de propietarios decían que para salir 
          de los alquileres congelados y para normalizar el mercado, era imperioso 
          derogar todas las legislaciones reguladoras -tal como las autoridades 
          se disponían a hacer en otras áreas- y toda norma de amparo 
          al locatario. El último censo, de 1973, indicaba que existía 
          un défitit habitacional de un millón seiscientas mil viviendas, 
          resultado de la suma entre quienes vivían en departamentos compartidos 
          y los que lo hacían en hogares inhabitables.
 Tras una serie de conflictos y cavilaciones, el 29 de junio de 1976 
          se sancionó un nuevo proyecto de ley que las autoridades elaboraron 
          en casi total hermetismo. La nueva ley, dijeron los gobernantes, marcaba 
          "el principio del fin de una época". Efectivamente 
          fue así: la oferta de nuevos alquileres se multiplicó 
          casi por siete en apenas un año. Sólo que una gruesa proporción 
          de las familias inquilinas que hasta entonces estaban amparadas, y muchas 
          de las cuales habitaban en las viviendas más antiguas de la ciudad, 
          no podrían acceder ni a esos valores ni a la vivienda que ya 
          ocupaban, una vez que se "normalizaran" los valores.
 Cuando comenzó a percibirse el drama social que desencadenaría 
          el sinceramiento del problema de los alquileres, las autoridades relativizaron 
          las cifras de la cantidad de gente que quedaría afectada, anunciaron 
          planes complementarios, confiaron públicamente en que las reglas 
          del libre mercado diluirían y repararían por sí 
          mismas cualquier dificultad que pudiera sobrevenir, incluyendo la nivelación 
          de los precios.
 De manera emblemática, uno de los funcionarios que salió 
          a tranquilizar a la opinión pública fue uno a partir de 
          aquí tendrá un rol protagónico en esta historia: 
          el titular de la Comisión Municipal de la Vivienda, Guillermo 
          del Cioppo. Tranquilos todos, dijo, "el mundo no se va a venir 
          abajo" cuando comience a regir la liberación de alquileres. 
          A mediados de 1978 vaticinó que no habrían más 
          de medio centenar de desalojos en toda la ciudad. Tiempo después 
          se conoció que en sólo uno de los cincuenta juzgados de 
          la Capital, en 1979, se iniciaron 430 juicios de desalojo, que se dictaron 
          250 sentencias y que 60 de ellas ordenaban el desalojo con uso de la 
          fuerza pública. Paralelamente, los diarios del '78 informaban 
          que el costo de la construcción había aumentado en un 
          45% (contra un 25% de las previsiones oficiales) y en un 30% los costos 
          de los nuevos alquileres.
 Los prometidos créditos del Banco Hipotecario, que debían 
          paliar el problema de los quedaban sin techo, resultaron inaccesibles 
          para la mayoría. Los camiones de mudanza y los operativos de 
          desalojo se convirtieron en parte del paisaje y de la vida cotidiana 
          de los sectores más vulnerables de las clases medias bajas y 
          trabajadoras.
 ¿A dónde fueron a parar esas personas? A superpoblar las 
          casas de sus familiares, al conurbano, a las provincias, a hoteles y 
          pensiones. Forzando una expresión que el sociólogo Artemio 
          López empleó mucho más tarde, puede decirse que 
          esos contingentes humanos fueron antecedente y parte del fenómeno 
          de la "pobreza de puertas adentro" que se generalizaría 
          en la década del '90.
 En términos de cifras, Oscar Oszlak deduce un total de 300 mil 
          personas expulsadas de la Capital Federal al cabo de la gestión 
          de políticas urbanas aplicada por la dictadura militar (recordemos 
          que unas doscientas mil fueron las erradicadas de las villas). En las 
          páginas finales de Merecer la ciudad. Los pobres y el derecho 
          al espacio urbano, Oszlak hace este balance: "Cuestionando las 
          formas de apropiación y uso del suelo, (las autoridades) justificaban 
          la erradicación de villas de emergencia. Recuperando zonas destinadas 
          a obras públicas unilaterlamente decididas, daban lugar a expropiaciones 
          por construcción de autopistas o por ampliación de espacios 
          verdes. Relocalizando industrias, producían la virtual desaparición 
          de fuentes de trabajo y el inevitable éxodo de la población 
          obrera... Desde la óptica de ciertos sectores sociales y estatales, 
          los pobres de la ciudad siempre constituyeron una amenaza latente. Más 
          de una vez se levantaron los puentes sobre el Riachuelo para evitar 
          el acceso a Buenos Aires de masas obreras que se dirigían en 
          manifestaciones a la Plaza de Mayo".
 Es oportuno ahora explicar por qué Oszlak tituló a su 
          trabajo como lo tituló: "Merecer la ciudad". Para lo 
          cual es necesario acudir por segunda vez a una declaración de 
          1980 del jefe de la Comisión Municipal de la Vivienda, Guillermo 
          del Cioppo, acerca de la ciudad de Buenos Aires que el Proceso soñaba:
 "No puede vivir cualquiera en ella. Hay que hacer un esfuerzo efectivo 
          para mejorar el habitat, las condiciones de salubridad e higiene.
 Concretamente: vivir en Buenos Aires no es para cualquiera sino para 
          el que la merezca, para el que acepte las pautas de una vida comunitaria 
          agradable y eficiente. Debemos tener una ciudad mejor para la mejor 
          gente".
  
          El uso del verbo erradicar. El 
          9 de septiembre de 1976 apareció este suelto en el diario La 
          Razón: "3-1627, Bahía Blanca. Este teléfono 
          atiende 24 Hs. del día. Está instalado en el Comando de 
          Operaciones Tácticas del V Cuerpo de Ejército. A toda 
          hora puede llamarse para dar cuenta de movimientos sospechosos. El teléfono 
          fue ubicado en el marco de la lucha antisubversiva con el objeto de 
          erradicarla".El 17 de diciembre de 1977, cuando un grupo de tareas, contando con 
          el trabajo de inteligencia previa del marino Alfredo Astiz, secuestró 
          a un grupo de integrantes de organismos de derechos humanos, entre ellos 
          a la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, y a las 
          religiosas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, la Dirección 
          Nacional de Prensa hizo reproducir en los diarios este comunicado:
 "Frente a la desaparición de un grupo de personas, entre 
          ellas dos religiosas, el gobierno nacional expresa su vivo y categórico 
          repudio a todo intento perturbador de la paz y de la tranquilidad de 
          los argentinos.
 En estos momentos tan propios para la armonía y el entendimiento, 
          en circunstancias en que pueblo y gobierno buscan, con renovado afán, 
          lassoluciones que permitan arribar a una paz digna y duradera, la subversión, 
          encerrada en su nihilismo, insiste con sus métodos de odio y 
          destrucción.
 El gobierno de las Fuerzas Armadas, con la colaboración de todos 
          los sectores del país, reafirma su inquebrantable decisión 
          de erradicar todas las manifestaciones disociantes de la comunidad nacional 
          y rechaza el incalificable propósito de generar enfrentamientos 
          con otros países, con instituciones religiosas y con familias 
          asoladas por la violencia extremista". Ambas citas, como es evidente, 
          sólo tienen por objeto ilustrar cuáles eran durante la 
          última dictadura militar los usos del verbo erradicar, es decir 
          hasta qué punto erradicar era algo más que un simple eufemismo 
          técnico. De nuevo a las cifras. Es necesario detenerse en ellas, 
          aún cuando siempre
 el manejo de números que pretenden representar personas tienen 
          algo de brutal e inhumano, y aún cuando, en la historia de las 
          erradicaciones, las estadísticas tienen bastante de elusivas 
          y a veces de contradictorias. A su vez, el hecho mismo de que sean elusivas 
          o contradictorias, tiene relación con la doble lógica 
          en que se desarrollaron las tareas erradicadoras. Las aplicaba el Estado, 
          verticalmente, imponiendo no sólo sus políticas sino sus 
          números. El objeto de aplicación de esas políticas 
          era un mundo social semiclandestino, indefenso, que no tenía 
          cómo terciar a la hora de hacerse visible. Si la represión 
          militar fue clandestina, las políticas erradicadoras, aunque 
          oficiales e incluso vociferadas como estrategia pública central 
          de la dictadura, se dirigían a un sector aislado del conjunto 
          social. Para cuando los efectos de las erradicaciones llegaron a los 
          medios -lo que demoró mucho más que el tratamiento mediático 
          del tema de los desalojados por el descongelamiento de alquileres-, 
          y para cuando la cúpula de la Iglesia se decidió a intervenir, 
          ya la tarea había sido realizada.
 Oscar Yujnovsky dice que el total de la población villera hacia 
          abril de 1976 ascendía a 218 mil personas y que el año 
          siguiente ya era de 280 mil, según datos oficiales reflejados 
          por diarios de la época. Aunque las presiones sobre esa población 
          y los desalojos parciales comenzaron apenas meses después de 
          que se produjera el golpe militar, las autoridades se tomaron algún 
          tiempo para afinar sus políticas totalizadoras. En agosto de 
          1976 hubo esta comunicación oficial:
 "La intendencia municipal hace saber a la población que, 
          en cumplimiento de su política de congelamiento de las villas 
          de emergencia existentes en la ciudad, no permitirá de ninguna 
          manera la construcción de nuevas viviendas en dichos lugares 
          o la ampliación de las actuales. Con tal motivo se advierte a 
          quienes no accedan a dicha prohibición, que se dispondrá 
          de inmediato a la demolición de toda nueva construcción 
          sin perjuicio de adoptar las medidas legales que correspondan contra 
          quienes lesionen los legítimos derechos de dominio que ejerce 
          la Municipalidad sobre sus predios".
 Es más interesante la parte final del comunicado divulgado por 
          los diarios:
 "La Municipalidad, responsable de la urbanización y el ornato 
          de la ciudad, no puede ni debe tolerar la proliferación de construcciones 
          de emergencia, que por estar reñidas con elementales necesidades 
          materiales y espirituales de la vida humana, son contrarias a la salud 
          de la población".
 El Sobreviente C, Magtara Feres, Johny Tapia, Juan Cymes, junto con 
          sus 200 mil vecinos, eran ejemplos acabados de cómo con su mera 
          existencia conspiraban contra el buen ornato de la ciudad y la salud 
          de la población.
 Veamos de qué manera vivieron ellos los días previos y 
          posteriores al 24 de marzo de 1976 y el peso ominoso de la fórmula 
          congelar/erradicar, a la que poco tiempo después se le añadió, 
          justo en el medio, la variante articuladora desalentar.
 Para Juan Cymes la historia venía de arrastre. Entre otros arrastres, 
          de las persecuciones desatadas por el Comando de Organización 
          y otros núcleos duros de la derecha peronista. Juan se había 
          radicado en 1970 en Las Antenas, aunque relacionado siempre con las 
          otras villas cercanas de Capital. En su villa de adopción lo 
          habían elegido presidente de la comisión vecinal. Cuarenta 
          y ocho horas antes del golpe, fueron los vecinos quienes lo protegieron 
          de la llegada de las patotas mixtas. Lo interesante es quién 
          le dio el primer alerta: un funcionario municipal al que los vecinos 
          de Las Antenas habían tratado durante algún tiempo. Este 
          hombre no sentía por los villeros algún cariño 
          especial, y aunque carente de ideologías radicales, había 
          aprendido a respetar a la gente de la villa y a sus dirigentes sencillamente 
          por lo bien que se organizaban y por los logros que habían obtenido.
 Este funcionario simplemente obró por conciencia. Un domingo 
          por la mañana llamó a Cymes para decirle que tenía 
          que comentarle "un asunto delicado" y le pidió verlo 
          con urgencia, no en la intendencia sino en su casa. Una vez juntos, 
          le mostró a Juan un papel que sus superiores le habían 
          pedido firmar. El papel era una denuncia de los pesados de La Matanza 
          contra Cymes y otros dirigentes. Lo típico de entonces: reconocidos 
          zurdos, extremistas peligrosos. Cymes y los demás le agradecieron 
          el aviso al oscuro funcionario. Y efectivamente a las pocas horas en 
          Las Antenas cayeron los camiones del Ejército. En la villa los 
          vecinos habían cavado una veintena de pozos debajo de las viviendas. 
          Algunos se ocultaron en ellos. Otros permanecieron borrados durante 
          semanas. En el medio se produjo el golpe. La que al cabo del tiempo 
          no pudo salvarse fue una mujer, Stella Maris Martínez, a la que 
          confundieron con alguna otra persona. Stella Maris era la secretaria 
          de Salud de la comisión vecinal. La torturaron salvajemente. 
          Cuando salió -estaba embarazada-, salió destruida: vivió 
          ocho años encerrada, semipostrada, hasta que falleció. 
          En cuanto a Juan, Las Antenas fue su lugar de exilio. Guardado y a la 
          distancia, siguió ejerciendo su rol de dirigente villero, a pedido 
          de los vecinos.
 La referencia de Johny Tapia a los días del golpe y a cómo 
          se vivieron en las villas es más breve pero no por eso menos 
          eficaz. A lo largo de su vida en la 31 él debió ir ocupando 
          sucesivamente tres o cuatro casas y lotes distintos, según cómo 
          lo corrieran las circunstancias. "Nosotros esos días vimos 
          cómo nuestros dirigentes, que eran nuestros hermanos, eran perseguidos, 
          y cómo entraban en sus viviendas y las derrumbaban".
 Tapia cita el nombre y apellido del Sobreviente C entre el grupo de 
          los dirigentes perseguidos. El Sobreviente C utiliza su verba fiera 
          cuandotiene que ubicarse en la época: "Era una situación 
          de barbarie militarizada, de maltrato indiscriminado. Me vi obligado 
          a hacer un trabajo de autosugestión para desaparecer del mapa, 
          para no delatar a nadie. Entré en un proceso de olvido voluntario 
          de todo". El Sobreviviente C pretendió guardarse en la 31. 
          Hasta que un día, a la vuelta del trabajo, los vecinos le advirtieron 
          que lo estaban buscando. Durante seis años estuvo a los saltos, 
          viviendo en la semiclandestinidad. Hasta que pudo instalarse en la villa 
          21, que es donde vive ahora.
 El otro que guarda recuerdos medianamente nítidos de aquellos 
          es días es el padre Pichi, o José Meisegeier, el que había 
          sucedido a Mugica en la villa 31:
 -Sabía que la mano venía durísima. Los jesuitas 
          de Belgrano ya me habían dicho: 'No te vengas por acá'. 
          Yo me fui a la villa a protegerme. Porque sabía que, al menos 
          en los años anteriores, más allá de 300 metros 
          hacia andentro de la villa, la cana no entraba. Yo tenía mi plan 
          de escape pensado, por qué pasillo salir, pisando qué 
          durmiente. Los dirigentes qué otra cosa podían hacer que 
          borrarse, irse al interior. El Negro Vidal Guzmán, dirigente 
          del Bajo Belgrano, desde entonces, está en el Paraguay.
 -¿Y la demás gente?
 -Miedo, encerrarse y chau.
 Johny Tapia y Juan Cymes coinciden en rescatar el nombre de otro de 
          los dirigentes villeros perseguidos: José Valenzuela, que fue 
          secuestrado y luego liberado. Cómo no, cuando Valenzuela falleció, 
          hace poco tiempo, el Sobreviente C le escribió uno de sus poemas. 
          Sobre una hoja de papel cuadriculado, en tinta y con mayúsculas. 
          ¡Arriba don José Valenzuela!, se llama el poema, y aquí 
          va una reproducción parcial. Tenerlo presente con su carcajada 
          de pendejo rabioso y que si diez se le oponían, mil lo respaldaban 
          y que si sus rivales en contra farfullaban su fiel pueblecito indoamericano 
          de Comunicaciones, igual lo respaldaba. Enérgico y decidido dirigente 
          vecinal, de grandes movimientos, que temerariamente arremete
 contra armados y asesinos ladrones policiales armado como ariete por 
          su amotinada gente. Tu 
          nombre, junto al del padre Carlos Mugica, Chejolán y los de nuestros 
          queridos dirigentes desaparecidos, asesinados, estarán siempre 
          afectivamente en nuestros corazones, en la popular memoria colectiva. 
          Lo 
          que es un poco terrible del caso es de qué particular manera 
          operan el recuerdo y la memoria de los muertos y perseguidos de las 
          villas, qué serias dificultades existen para traerlos al presente, 
          o por qué dura razón el Sobreviente C se resiste a decir 
          su nombre y el de otros. De lo cual se intentará decir algo, 
          más adelante.
  
          Las mieles de la mano dura. 
           A lo 
            largo de estas páginas se señaló hasta qué 
            punto las autoridades militares supieron sacar partido de los peores 
            perjuicios de la sociedad hacia los villeros y cómo, en contrapartida, 
            fueron absolutamente lúcidas a la hora de presentarse como 
            las que, por fin, darían una solución rápida 
            y eficiente al problema. La campaña propagandística 
            se redobló hacia el año 1977 cuando se inició 
            el plan ya sistematizado de erradicaciones. En sus abundantes intervenciones 
            en los medios, las autoridades no dejaban nunca de repasar el repertorio 
            completo de prejuicios: la villa como ghetto oscuro e inquietante, 
            dueña de una subcultura dudosa y nociva; la villa como lugar 
            de acomodos y privilegios; la experiencia histórica acumulada, 
            en la que políticos populistas, demagogos y corruptos no se 
            hacían cargo del problema salvo para dejarlo intacto y lucrar 
            con los villeros, y éstos con los políticos; la cantidad 
            -rigurosamente inflacionada- de extranjeros e indocumentados que quitaban 
            vivienda y trabajo a "los argentinos"; la puesta en tela 
            de juicio de los índices de pobreza real; las actividades comerciales 
            hechas al margen de la ley; el no cumplimiento en el pago de impuestos 
            pese a lo retributivo de ese comercio; las mafias y los delincuentes 
            reales y presuntos que explotaban el territorio, etc.Los funcionarios militares se erigían como la contracara absoluta 
            de toda esta panoplia de vicios, quedantismos, negligencias y corruptelas. 
            Ellos, decían, operarían eficientes, limpios, modernos, 
            drásticos. Y así sería la ciudad que legarían 
            a las generaciones futuras. El 13 de julio de 1977 el intendente Osvaldo 
            Cacciatore (cuyo ascenso de brigadier a intendente de Buenos Aires 
            sólo se explica por el reparto de poder entre el Ejército, 
            la Marina y la Aeronáutica), sancionó la ordenanza 33.652. 
            Esa ordenanza fue
 la que dispuso que la Comisión Municipal de la Vivienda, por 
            ser el "organismo idóneo", se hiciera responsable 
            del plan integral de erradicación. Así como durante 
            el Onganiato los planes habían tomado forma impresa en aquel 
            cuadernillo de ochenta páginas, la memoria acerca de cuáles 
            fueron los planes de la dictadura militar del '76 tuvieron letra y 
            música en un grueso libro de 114 páginas impreso por 
            la Comisión Municipal de la Vivienda en septiembre de 1980. 
            Es un mamotreto generoso en cuadros, organigramas y estadísticas, 
            que pasó a la historia como el Libro Azul. En contraposición 
            con el cuadernillo del Onganiato, va al grano sin demasiados prólogos. 
            En el cotejo con todos los documentos oficiales acumulados hasta entonces, 
            los relacionados con la cuestión villera, ostenta un notorio 
            empobrecimiento discursivo. Es posible que ese empobrecimiento obedeciera 
            a una simple cuestión fáctica y de actitud: No tenemos 
            por qué dar explicaciones.
 En ese Libro Azul, en la tira de nombres de funcionarios de la CMV, 
            se destaca, además de Guillermo del Cioppo, el denominado "Gerente 
            Area Ordenanza 33.652", comisario inspector Osvaldo Salvador 
            Lotito. El nombre del comisario Lotito hace a hitos importantes en 
            la historia de los villeros, al punto que en homenaje a su trayectoria 
            los sobrevivientes todavía lo recuerdan como La Chancha Colorada. 
            Lotito contaba con años de experiencia territorial. Mucho antes 
            del golpe solía liderar operativos de desalojo y era conocido 
            casi como un personaje popular antiguo, un comisario de aquellos que, 
            según recuerda el Sobreviviente C, "se sacaba el uniforme 
            para pelear". De hecho el Sobreviviente C fue uno de los que 
            enfrentó a Lotito en pugilato, un día que la villa de 
            Retiro terminó gaseada y bien nutrida de guardias de infantería.
 Las primeras páginas del libro de la CMV están dedicadas 
            a ilustrar con estadísticas los sucesivos fracasos oficiales 
            en materia de erradicación, incluyendo en forma impiadosa los 
            del período de la Revolución Argentina. Los villeros, 
            decía la primera introducción, más bien económica, 
            eran presentados en trazos muy gruesos como "familias provenientes 
            en su mayoría del interior del país y de países 
            limítrofes, con escasos recursos económicos (las cursivas 
            no son del original) y baja calificación de mano de obra, que 
            se encuentran en estado de marginalidad". Más adelante 
            se aseguraba que "el crecimiento paulatino y desmesurado de las 
            villas de emergencia amenazaba la calidad de vida y de población 
            de la ciudad". Y un poco después, se afirmaba que los 
            planes acumulados de construcción de viviendas de interés 
            social fracasaron, porque los villeros habían trasladado a 
            sus nuevos hogares "las pautas de la villa", no se integraron 
            con el conjunto de la sociedad, ni tampoco supieron desarrollar "el 
            sentido de propiedad". "Como consencuencia -decía 
            la introducción-, no asumieron la obligación del pago 
            de cuotas, ni el cuidado de la vivienda, manteniendo sus normas de 
            comportamiento idénticas a las de la villa". Como se puede 
            apreciar, los prólogos son breves y asertativos, un tanto feroces, 
            y abren paso a la idea de ahora viene lo mejor. Lo que sigue es un 
            bonito organigrama militar, generoso en círculos, rectángulos 
            y flechas, que por su sola y eficaz simplicidad permite comprender 
            de un plumazo en qué consiste el plan de erradicación 
            y sus etapas. Tres círculos centrales, rayados, dicen lo que 
            ya hemos anticipado: congelamiento, desaliento, erradicación. 
            Cuatro circulitos intermedios, más cuatro flechazos, conducen 
            a un círculo mayor, la solución final u "Ordenamiento 
            social y edilicio" de la ciudad. Después de la aproximación 
            geométrica inicial, el Libro Azul se explayaba con el asunto 
            de las tres etapas.
 Congelamiento. Tal como se había hecho durante el Onganiato, 
            la tarea consistía en dimensionar el territorio, estudiar su 
            densidad poblacional, censar a sus habitantes, mediante relevamientos 
            aerofotográficos y los que
 habría que hacer sobre el terreno. Con el tradicional sistema 
            de escritura castrense -1, 1.1, 1.2.4, 1.3.3- y con meticulosidad 
            escolar, la etapa congelamiento incluía tareas como estas:
 1.2.1. Marcación de casillas. "Se comienza por pintar 
            en el frente de cada vivienda un recuadro de fondo negro sobre el 
            cual se procede a colocar el número correspondiente a la vivienda".
 1.2.2. Numeración de casillas. "En forma correlativa se 
            numeran las viviendas a fin de conocer con exactitud la cantidad de 
            las mismas".
 En el punto 1.3.2 se mencionaba el tema de los Certificados de Asentamiento 
            Precario (CAP) en los que quedarían asentados los datos de 
            filiación de los vecinos, obtenidos en el censo. Los CAP deberían 
            "ser exhibidos por el villero ante cualquier Autoridad Municipal, 
            Policial o Seguridad que así lo requiera". A su vez (inciso 
            1.3.3.), la CMV confeccionaría por cada vecino una "Ficha 
            Legajo" que sería "utilizada por el personal afectado 
            a las etapas de desaliento y erradicación. Sirve además 
            para volcar en ella, cronológicamente, el proceso desarrollado 
            por la familia hasta su erradicación".
 Desaliento. "Es aquel accionar que lleve paulatinamente a la 
            población villera a no encontrar motivaciones que justifiquen 
            su permanencia en la villa". Las previsiones desmotivadoras de 
            la CMV ocupan una carilla y algo más con seis distintas variantes 
            de vigilancia, prohibición y control.
 Control del comercio "ilegal", industrias, talleres, depósitos. 
            Clausuras y decomisos. "Prohibición estricta de vender, 
            comprar, ceder o alquilar las viviendas existentes, como así 
            también la ampliación o nuevas construcciones". 
            Prohibido circular y estacionar "dentro del radio de la Villa". 
            "Demolición inmediata de casas abandonadas o aquellas 
            en que se constata su venta o alquiler".
 La sexta normativa (o punto "efe"), es particularmente sugerente:
 "La presencia constante del Personal del 'Departamento de Vigilancia 
            Interna', motivando a la población villera a encontrar la solución 
            a su problema habitacional, mediante la compra de un terreno o retornando 
            a su país o provincia de origen".
 Dos observaciones. Una: en los documentos del Onganiato, donde aquí 
            dice
 "motivar", allí decían "urgir". 
            Dos: de qué neutra manera funcionaba la burocracia del mal.
 Finalmente:
 Erradicación. "Es el accionar que permite la liberación 
            de los terrenos afectados por las Villas de Emergencia... exige la 
            implementación y concentración de recursos humanos, 
            materiales y económicos, cuya magnitud depende de cada Villa 
            a erradicar".
 Es a partir de aquí en donde las autoridades de la CMV comienzan 
            a hacer previsiones, planes y promesas acerca de a dónde irán 
            a parar los erradicados, a los que se proponen cuatro alternativas 
            básicas.
 "a- Traslado a terreno propio.
 b- Retorno a su provincia o país de origen.
 c- Egreso por medios propios.
 d- Apoyos crediticios".
 Respecto del terreno propio, la CMV aseguraba que proveería 
            a las familias erradicadas de transporte para su traslado, de materiales 
            y de un "plano prototipo" siguiendo al cual, fácilmente 
            esa familia construiría su nuevacasa. A los que quisieran volverse 
            a su provincia o país de origen, la CMV les garantizaba pasaje 
            gratis y traslado igualmente gratuito de sus enseres. Un poco más 
            ambigua era la explicación acerca del "egreso por medios 
            propios":
 "Son aquellos egresos que surgen como consecuencia del accionar 
            del Organismo en el área de Villas, cuya influencia hace que 
            algunas familias abandonen por sus propios medios estos asentamientos, 
            no utilizando recursos de la CMV". En cuanto a los apoyos crediticios, 
            se otorgarían gracias a la concesión de préstamos 
            del Banco de la Ciudad de Buenos Aires y estarían destinados 
            a familias de bajos recursos. Siendo que, como quedó asentado, 
            desde las primeras páginas de introducción el Libro 
            Azul englobaba al conjunto de la población villera como "de 
            bajos recursos", no quedaba demasiado claro a quiénes 
            llegarían esos beneficios, especialmente cuando las autoridades 
            comenzaron a decir que eso de los bajos recursos era más que 
            relativo. El margen de duda queda interrumpido a poco que se lee ese 
            párrafo. Punto y aparte y el inmediatamente siguiente es el 
            que dice "Demolición":
 "A medida que van cumpliéndose las distintas alternativas, 
            se procede a la inmediata demolición (esta vez el subrayado 
            sí es del original) de lasviviendas, lo que culminará 
            con la erradicación total de la familia".
 Vamos a dejar para más adelante los balances que hacía 
            la CMV hacia 1980
 acerca de las erradicaciones, y qué fue de la vida de sus previsiones 
            y promesas.
 Eduardo 
            Blaustein Prohibido 
            Vivir aquí Una 
            historia de los planes de erradicaciónde villas de la última 
            dictadura para la Comisión Municipal de la Vivienda 
            (CMV) GCBA - 2001. Fotos 
            de tapa y retratos Cristina Fraire |