arteUna
espacio de arte múltiple en Internet

MUROS SIGLOS-XX y XXI

PALABRA E IMAGEN

Daniel Migone

Síntesis de palabras del artista León Ferrari:
La Iglesia esta presionando para que se cancele la retrospectiva que se presentó el 30 de noviembre, a las 19 horas, en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta.

En esa muestra hay dibujos, esculturas y collages que hice en los últimos 50 años. Una parte de esas obras es una crítica a la idea del cristianismo de castigar el diferente. Han llegado un centenar de mensajes pidiendo se suspenda la muestra. Les pido que nos ayuden a defenderla enviando un mensaje a la directora de Recoleta, Nora Hochbaum, a las siguientes direcciones:relpublicas@centroculturalrecoleta.org; aaccr@centroculturalrecoleta.org ;prensa@centroculturalrecoletaorg ; produccion@centroculturalrecoleta.org; rubinstein@centroculturalrecoleta.org ; lpineiro@centroculturalrecoleta.org Muchas gracias y un abrazo
León Ferrari

Si, León, contá conmigo...

Intenté verla, la muestra digo, y la cola era impresionante. Como siempre en estos acontecimientos, se mezclaban señoras serias, adolescentes ruidosos y familias jóvenes con chicos que correteaban incansablemente tratando de achicar el aburrimiento al que los padres, interesados, los iban a someter. Toda gente que, como nosotros, quería saber cual era el motivo de tanto escándalo e intentar, ante las obras, decidir por sí mismos el valor del mensaje y la dimensión de la polémica. Loable.
Un cartel decía: "Por razones de seguridad solo se permite permanecer en la sala a grupos de no más de ochenta personas". Y la espera era larga.
Nos fuimos. Afuera, un vallado pretendía contener posibles desmanes y en los zócalos del Centro Cultural, sobre la vereda, se amontonaban ramilletes de flores, velas encendidas y estampitas, junto a carteles que instaban al desagravio.
Minutos después (y me enteré por el diario del día siguiente) un grupo de desorejados rompieron una obra y fueron detenidos por la policía. Más escándalo y más máquina para avivar la discusión fomentada, como siempre por la desaprensión de los medios de comunicación que, respondiendo siempre a oscuros intereses, solo saben ver lo negro y prejuicioso.
Por la noche, ese domingo, Mariano Grondona dedicó una buena porción de su programa Hora Clave al "debate" sobre el tema. El título de la sección era "León Ferrari - ¿Arte o Blasfemia?". Y discutieron por varios minutos con el estilo dudosamente objetivo que habitualmente impone el periodista, dejando escuchar voces diversas (curas contra funcionarios, religiosos de otros credos contra artistas afines, abogados agraviados contra periodistas tendenciosos, etc.) sin, por supuesto, llegar a ninguna conclusión aclaratoria para el espectador desprevenido.
No me convencieron, por supuesto, pero sí motivaron que me pusiera a pensar seriamente en este enésimo caso de intolerancia e irreflexión que propone el escandalete.
No vi la muestra, repito, pero a todo efecto no es importante que yo la haya visto. Lo importante es lo que con ella se está haciendo, más allá de los sentimientos o impacto que pudiese despertar en mi peresona.
Dos preguntas flotan en el espacio de la cordura colectiva y otra más que yo me hago y, en el intento de respuesta quizás surja algún tipo de aclaración.

Una: ¿Arte o Blasfemia?
Blasfemia: Palabra injuriosa contra Dios o sus santos. (Diccionario de la RAE). Punto. No hay más. Y es suficiente.
Definir el Arte es algo más difícil, y la RAE dice: "Virtud, fuerza, disposición o industria para hacer alguna cosa / Todo lo que se hace por industria o habilidad del hombre y en este sentido se contrapone a la naturaleza / Conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer bien alguna cosa..."
Y es en esto, en hacerlo bien, en que se diferencia la virtud de un artista en contraposición a lo que se hace mal o no se hace. Arte, en definitiva, es todo aquello que bien se hace, sea en concordancia con algún precepto o, lisa y llanamente, en contra de éste (aún de la naturaleza).
Hay arte en el programa del Dr. Grondona, que aunque no me guste lo hace muy bien. Hay arte en los dichos de cientos de escritores, en las imágenes de cientos de pintores, en las acciones de cientos de actores, en los sonidos de cientos de músicos, en los ingenios de cientos de científicos, empresarios, intelectuales o personas comunes; que pueden denostar o criticar las acciones de aquellos con quienes no concuerdan. Pero lo hacen bien y son sinceros y coherentes con su pensamiento, mostrando (o deseando mostrar) una visión diferente - quizás impía - pero siempre original, de lo que otros, tal vez en afán de inmovilismo o decadencia, no se animan a decir ni a mostrar.
Y hay arte, sin duda en la obra de León Ferrari (la que conozco parcialmente por haber trabajado algún tiempo en la cercanía de la plástica y sus cultores, incluyéndolo (*)).
Nada tiene que ver esto con la blasfemia. No son términos que se puedan atar en una comparación directa y, a todas luces, tendenciosa. No cabe la disyuntiva.
Ni siquiera cabe el mote de blasfemas a las obras que (ya comienzan a circular por otros medios) se muestran como "habilidad o industria" de León Ferrari, ni al gesto de su discurso ni a la factura de sus ideas. Si cabe el de crítica. Una crítica mordaz y despiadada a la actitud desplegada por la Iglesia frente al concepto que el artista tiene de ella.
No injuria a Dios o a sus santos; solo denosta a la Iglesia (que no es Dios o sus santos).
Y entonces la respuesta a los supuestos es el ataque directo e irreflexivo, que termina confirmando el espeso grado de fundamentalismo que invade las mentes desnaturalizadas de los que no saben - o no quieren - distinguir entre el "peral" del arte y el "olmo" del temor o la intolerancia.

Dos: ¿Tiene el Estado que patrocinar este tipo de mensajes?
No. No tiene que hacerlo. Pero puede hacerlo... y lo hace...
Llego a pensar que hasta debe de hacerlo. Y en esto me viene a la mente el conocido ideal de libertad y democracia que reza: "No concuerdo con tu idea, pero daría mi vida por tu derecho a defenderla".
Y es el Estado quien debe, en todos los casos "dar la vida" (aquí es solo un espacio y pocos pesos) por el derecho a defender las ideas de todos, máxime cuando se trata de individuos que, desde la probada habilidad de su arte, dicen cosas que proponen una nueva, diferente, intensa y arriesgada manera de pensar. No solo con relación a la Iglesia y sus ofendidos, sino también con relación a muchas de las penurias que - a sus ojos - soporta la sociedad en varias otras áreas.
Es el Estado quien debe hacerse cargo de este riesgo. Es en la diposición a la apertura y el donativo de cultura con que el Estado debe convencernos que trabaja para nosotros. ¿O es que acaso el Estado no somos todos?
Y todos tenemos derecho a saber que es lo que opina uno de nuestros hombres más sensibles y dedicados; de la misma manera que se ha promovido a otros tantos que nos han dicho cosas que quizás tampoco quisieramos haber oído (Berni o De La Cárcova, por citar solo dos entre los plásticos).

Tres: ¿De qué tiene miedo la Iglesia?
¿De perder su egemonía en el pensamiento, en la cultura, en la educación, en el control de la masa de fieles seguidores y de la humanidad entera? ¿De ver corrompido su poder por la crítica a sus actos? ¿De permitir el cuestionamiento de las verdades incontestables que le dieron ese poder por más de dos mil años? No lo creo.
No alcanza con la obra de un solo artista, por más irreverente e inteligente que este sea, para poner en tela de juicio todo lo que hasta aquí ha hecho de bien o de mal.
Quizás tenga miedo que se comience a ver, en la crítica propuesta, la equizofrenia de los preceptos de poder que han urdido muchos de los hombres de esa Iglesia, con el solo fin de cimentar poderes personales asentándolos sobre la base de la consuetudinaria ingenuidad de la gente que cree y necesita creer.
Equizofrenia provocada por los mensajes dobles, los condicionamientos sin salida, los mandatos sin explicación que, lejos de confortar al hombre común lo llenan de dudas, de angustias y pesares conduciéndolo, poco a poco a caer en brazos de otros "iluminados" quizás menos preparados y más ambiciosos que terminarán captando su voluntad y disposición de alma para fines más perversos aún.

Y es esto lo que propone León Ferrari. Desbrozar la perversión hasta convertirla en un patético cuadro de iniquidades que despierten, brutalmente por cierto, las almas confundidas y permitan el libre pensamiento en todo aquello que duele y que realmente aleja al hombre de la idea de un Dios justo, tolerante, imprescindible.
Los que se oponen con violencia a este discurso son, en realidad, los que atentan contra la idea de la paz, la armonía y el entendimiento.
Si Dios es tolerancia, entonces, ellos son los que blasfeman.

Daniel Migone


(*)ver www.arteuna.com

 

arteUna - Todos los derechos reservados. Registro a la propiedad intelectual N.706.777