Estos poemas pertenecen al libro inédito “Ganar el cielo”, de María Carman.

La iglesia


Se pasa de inocente a culpable
en un segundo.

Juan Gelman: Valer la pena

 



Plaza de Mayo, 1978

Vamos a la plaza papá!
Dale que ya vienen y nadie
las escucha. Yo sí. Tengo
siete años y son todas iguales
para mí. Con la cabeza sobre tu pecho
soy testigo del milagro
mientras la gente cruza la plaza
ciega sorda estúpida.
Es otoño y las hojas de los plátanos
se aplastan sin un color preciso
cuerpo a tierra como espectros
caídos en combate. No paran de llegar:
es increíble cómo una
hace lugar a la otra, el ruido
de esos cuerpitos que gimen.

Pronto van a desaparecer
y no sé si volveremos
a verlas. Me gustaría tanto
ser una de ellas pá:
una golondrina en el plátano
migrando a San Francisco.
San Francisco de Asís, 1979


La iglesia estaba triste, eso que San Francisco
hizo votos de alegría y era el dios
de los pájaros, hermano del sol
y de la luna. Todas las mujeres ese domingo
tenían trapitos en la cabeza y lloraban.
¿De dónde viene ese dolor papá?
Si no hay un solo muerto y San Francisco
sonríe desnudo, rodeado de pájaros
cuando el cura calla sus gritos
y les niega el pan de Cristo. Amén.
Padre nuestro que estás en los cielos
¿por qué no entramos en la misma iglesia?
Santificado sea tu nombre
fuimos a la nave lateral
y ellas miraban el altar vacío
Venga a nosotros tu reino
¿tengo algo de sus nietas? ¿les sirvo?
¿duele mi vida
junto a esas vidas que les quitaron?
Hágase tu voluntad así en la tierra
como en el cielo
no pude ofrecer mi inocencia
al desamparo
El pan nuestro de cada día dánoslo hoy
ellas tenían otro dios,
yo dos hermanos monaguillos
Y perdona nuestras deudas
¿puedo abrazarlas ahora?
Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores
nadie quiere morir
Y no nos dejes caer en la tentación
antes de tiempo
Mas líbranos del mal
nunca más voy a decir:
no quiero este dolor. Amén.

Santísimo Sacramento, 1979


Marinerita,
niña bonita
yo me quisiera
casar con vos...
Copla infantil.

 

¿Usted sabe qué está haciendo su hijo ahora?
Éramos dos ángeles vestidos de puntilla
camino hacia el altar.
Camps-Carman:
tu espalda bonita recibe el pan de Cristo
un segundo antes que yo.
Casi te piso el talón, eras el azar de un nombre justo
delante de mis pies.

No están ni vivos ni muertos: están desaparecidos
cuando cambiamos estampitas en el Plaza, no destinos,
como jugadores de fútbol que pierden el partido y se desnudan
para ofrecer la camiseta, un recuerdo triste.

Sonríe, sonríe niña bonita en la estampita dorada.
¿Vos sabés dónde está tu padre ahora mientras
chupan a José en Plaza Once? Le decían cortito
los milicos por su falta de piernas. Se arrastraba
con sus manos hasta el baño del Olimpo.
A su mujer desnuda la llevaron
de los pelos y robaron
la hija de sus brazos.

Dios te salve María llena eres de gracia.
El Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito
el fruto de tu vientre.

Con cada no le quitaron una prenda
hasta dejarla desnuda. Perdió
veinticinco kilos y no lloraba ya:
se dejaba morir.

Sos bosta. Desde que te chupamos
no sos nada. Ya nadie se acuerda
ni te busca.
Somos todo para vos:
somos Dios.

Suenan las campanas de una iglesia
sobre llantos de recién nacidos sobre gritos
de tortura sobre
niñas de una escuela que cantan.

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa:
Sonríe, sonríe niña bonita
en la estampita dorada.
Hay sangre en los vestidos
en las manos de tu padre
y sangre en el Hípico
cuando cumplís nueve años,
pero la sangre no se ve.


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