Ricardo Piglia, 1992 , de La ciudad ausente, Ed.Sudamericana,1992



La grabación

(…)
Lo apretaron contra el atrio de una iglesia un domingo de elecciones y lo mataron a cuchilladas, porque él decía que el voto cantado era una estafa a los humillados del campo y a los tristes.
En la provincia lo llamaban el Falso Fierro, porque cuando no sabía cómo convencer a la gente y se quedaba sin palabras empezaba a recitar el Poema de Hernández. Los gauchos hablan en versos y los obreros son tartamudos. El Tarta, todos lo conocen, flaco, ojos saltones, mirada huidiza. En el mundo del trabajo, en las fábricas, no se habla así, de golpe, de primera. La palabra obrera, la palabra obrera es un balbuceo, tartamudea y tiene dificultades para expresarse. Se puede ver claramente en la televisión cuando, por ejemplo en una entrevista, .se le pide a la gente del mundo obrero que exprese algo. Habrá que dejarlos entonces por lo menos cinco o seis minutos más que a los otros, porque sus palabras van entrecortadas por silencios, menos en el caso de los representantes sindicales, que hablan como los locutores y hacen su frase en el momento. Es una expresión que yo conozco muy bien. Decí tu frase, decí tu frase, contá, y el hombre tiene dificultades para contar y decir su frase, su tragedia. La finada mi madre me había contado ya de un paisano al que lo fusilaron en una plaza, atado a un poste, con una escopeta. Nunca se pudo olvidar del hombre, que era bajito y extranjero, porque en los altoparlantes del pueblo seguían pasando la música y la publicidad como si nada, mientras lo mataban. Yo he visto cosas que quisiera empezar de nuevo otra vida, sin recuerdos, si ya estuve por dejar a mi mujer y a mis hijos, tomar un tren, irme a Lomas, a la casa de mi hermana en Bernal, a Chivilcoy, a Bolívar, aunque si uno se va igual los recuerdos vienen con uno. Los mataban como a gorriones, corriendo encapuchada qué puede hacer una persona, maniatada, los fusilaban a los dos metros y los tiraban en los pozos y después andaban con topadoras, haciendo tumbas y a veces a los mismos desgraciados les han hecho cavar la zanja para matarlos. Se veía como en un sueño, desnudos, a los cristianos haciendo el hoyo. Por ese entonces yo me encontraba trabajando con un señor de apellido Maradey, Maneco Maradey. El campo está ubicado, comúnmente yo lo llamaba "Las Lomitas", al otro lado del bosque, un campo de dos mil, tres mil hectáreas, las cuales llegaban a La Calera, a Diquecito, La Mezquita, yo cuidaba los animales, hacíamos alguna siembra, tenía un tanto por ciento de los animales cuando se realizaban las ventas, no era sueldo fijo. Trabajé ahí con ese señor todo el mes de abril y había algunas anormalidades en esos campos, gente con armas, al fondo fondo de todo, pasando la tran-quera, un cuartel, un galpón más bien, ubicado sobre las dos autopistas de Carlos Paz, no estaba habilitada la ruta, había un camino que se llama el Camino Viejo a La Calera, que estaba medio cortado por un asfalto, al sur de Malagüeño, al norte de Malagüeño, perdón, donde yo tenia un tambo, habría unos quinientos metros al pabellón ése; estábamos limpiando los tarros con mi mujer y yo tengo el incidente del ternero. Resulta que ahí, donde está el maizal, ve, hay un pozo en el cual a mí se me supo caer un ternero, un pozo, tenía dieciocho metros justos, yo le voy a explicar por qué tenía dieciocho metros justos, porque se me cae el ternero al pozo, así abovedado, de mayor a menor, no se observaba de afuera nada, balaba un ternero adentro y una vaca escarbaba, afuera, así, con la pezuña, balaba llamando el ternero, entonces voy y le pido a este amigo, Maradey, justo salía en camión, él, que me preste unos tablones que se me había caído un
ternero en el pozo, en un pozo de molino, pensé primero, ¿no?, entonces voy con dos peones, para traer unos caballos grandes, unos percherones y yo me fui hasta Malagüeño y pedí una piola de cuarenta metros —me dieron—, justo, más o menos tiene cuarenta metros la piola; bueno, pusimos los tablones así y hasta que con unos espejos empezamos a alumbrar para abajo, para localizar el ternero era, vemos, no le puedo decir, este hombre, Maradey, no le importaba, a él no le importaba nada, la imagen ésa, nadie se lo puede imaginar, lo que había en el pozo, esos cadáveres, y el hombre y yo armamos con esa piola una torre y alumbrándome yo con los espejos, doblé la piola y la agarré al medio, le hice una armada en una punta y la largo, el ternerito estaba parado, era un ternero negro, medio flaquito, alto, clavado en las patas, y a medida que iba largando la piola —miraba por el espejo— había cualquier cantidad de cosas terribles adentro, cuerpos, amontonados, restos, incluso una mujer hecha un ovillo, sentada, así, con los brazos cruzados, hecha un ovillo, joven la mujer, se ve, la cabeza metida en el pecho, todo el pelo para abajo, descalza, el pantalón arremangado, para arriba había como otra persona, yo pensé que era una mujer también, caída, con el pelo para adelante, los brazos, así retorcidos atrás, parecía, no sé, un osario, la impresión de lo que había, en ese espejo, la luz que daba, como un círculo, lo movía y veía el pozo, en ese espejo, el brillo de los restos, la luz se reflejaba adentro y vi los cuerpos, vi la tierra, los muertos, vi en el espejo la luz y la mujer sentada y en el medio el ternero, lo vi, con las cuatro patas clavadas en el barro, duro de miedo, lo empezamos a tirar para afuera, se había quebrado la pata derecha, casi en el lomo, sobre la paleta, lo sacamos, pobrecito, los ojos como una persona. Lo lavé, me acuerdo, con una manguera y me mojaba la cara, yo, con el agua, para que Maradey no notara que estaba llorando, no podía casi respirar y le digo qué vamos a hacer, nada, me dice, dejar todo y no decir nada. Y ya no volví más, creo, medio que me fui de mi casa, a vivir con el viejo Monti, porque yo no quería, ni que bailaran las chicas, esas cosas de la juventud, ni que se divirtieran, no podía escuchar una radio, así que yo molestaba a todos y me fui, me hice una cama en el puesto, en el borde del campo, ahí estaba más a gusto, podía pensar, con don Monti, que las había visto todas, había estado preso con los conservadores. Nunca hubo nada igual, me dice, a esto. Él una vez había visto matar a un hombre, por los gendarmes, en el Puente Barracas, para escarmentar a la gente, lo pusieron contra la pared del fondo, un hombre grande, lo tenían así del pelo y lo mataron, ¿no?, dice don Monti. Pero esto, dijo. Esto es como el infierno del Dante, dice, me acuerdo, fumaba un tos-canito partido al medio, el viejo Monti, cuando le conté, un hombre preparado, que había trabajado en la capital y se le murieron la mujer y los hijos en un incendio y se vino al interior. Él fue el primero que me dijo lo que estaba pasando con la helada Porque nosotros estábamos justo arriba, de este lado del alambrado, el tambo chico, en la parte de la pradera la única zona de pasto, porque la loma El Torito, lo' que se llama la loma El Torito, son todos campos naturales de piedra y pradera, todo pasto de raíz, el animal de vientre lo busca mucho, no se hace cultivo en esa parte, no se hacía nada en ese tiempo. Todo el
campo yo lo he visto desde lo alto, la zona de la pradera, ¿no?, la única de pasto tierno, de tierra blanda que se podía cultivar y abajo los pozos, yo nunca puse una cruz, nada. A veces se veían volar los caranchos, no podían taparlo todo. Fueron cavando y cavando, a medida que se acercaba el invierno se vio más. Lo hacían a la noche todo y a la mañana con la escarcha, los cuadrados, el horror blanco. Había pozos que se notaba que les habían echado cal, la cal siempre salía arriba, el pasto no nace rápido y des-pués con la helada que se quema el campo cuando hiela mucho, se quema, o sea se ve la extensión con esos cuadros blancos, casi uno al laclo del otro, a veces pasaban cinco o seis metros, porque se observaban piedras que no se pueden cavar, a veces empezaban un pozo y a los sesenta centímetros daban con una piedra grande, así cavaban al lado, a veces hacían pozos un poco más finos, un poco más grandes, había pozos como de tres metros por dos, o algo así, y la tierra, cuando tapaban sobraba mucha tierra, los pozos nunca se cavaron uno a la par del otro, había algunos paralelos, pero eran casi uniformes, los pozos, porque a veces venían, los cavaban en un lado, otra vez en otro, y la tierra sobraba muchísima cantidad, mucha cantidad sobraba siempre, cavaban de noche, incluso cuando llovía, no sabían qué hacer con los restos. Yo digo que era un mapa incalculable la aproximación de pozos, en la pradera. No puedo decirle qué cantidad, pero yo le calculo así no más sin errarle, arriba de setecientos, setecientos cincuenta pozos, calculo, porque posiblemente eran dieciséis hectáreas esa parte, quince, dieciséis, no aprecio muy bien, y estaba casi completamente cubierto, un campo santo sin cruces, nada, salvaje. Incluso había pozos que duraban seis, siete días sin que los usaran. En varios pozos cavados, sin ser sepultadas personas, yo de día me he metido adentro, de día no se ve nada, sólo campo y pozo, campo y pozo, incluso saqué una vuelta también unos perritos, algunas liebres se caían, a mi los pozos me tapaban, siempre me tapaban los pozos, ésos, posiblemente tenían más de dos metros, y a veces al otro día ya no estaban a la noche, a veces por la ventana se oía todo, se veían las luces, moverse, los faroles, gente con armas. Y con Monti, sentados en la sillita baja, en el patio que daba al llano, pensando hay que irse de aquí, pero cómo se va a ir uno, a dónde, en aquel entonces, yo pensaba me voy al Chaco que tengo mi compadre, pero donde fuera iba a ser peor, no se podía decir nada, por lo menos ahí estaba don Monti, éramos los últimos, pensaba yo, cuidábamos el tambo, los animales, esperábamos que pasara el invierno, sentados en la puerta del rancho, don Monti que levantaba la mano, me acuerdo, así, y de cía, vienen de allá y de allá, metían el camión de culata y mataban lo que traían, todo lo que traían, maniatada la gente, encapuchada, qué iban a hacer, ahí no más, sin apagar la radio en el coche, un auto sin patente, con música, con la publicidad, ¿eh?, don Monti, sentados en la puerta del rancho, en el puesto Y sí, me decía el viejo, peor que los animales, peor que peor. Se quedaba callado, fumando el toscanito, levantaba la mano, me mostraba el llano, abajo.
—Sabe —me dice—, éste es el mapa del infierno. En la tierra, como un mapa, lo que yo les cuento, que le doy la certidumbre, era un mapa —quiero decir— de tumbas desconocidas, con una parte escarchada con1una losa y después tierra o pasto. No se puede tapar y tapar porque a la larga la escarcha, la tierra removida, se ve, claro que el mal ya está hecho. Porque en oportunidades que sabían que había un montículo de piedras abajo, cavaban pozos como abanicos, incluso por ahí había unas zanjas largas, hasta que daban con unas piedras y dejaban ahí no más, ¿vio? En el invierno, se veía, eso, en la pradera de Las Lomitas. Que se había quemado el pasto con la helada y se notaban todos los pozos, principalmente los que estaban con la cal, se notaban uniformes, unos de una forma, otros a lo largo, se notaba mucha cantidad, le puedo decir. Un mapa de tumbas como vemos acá en estos mosaicos, así, eso era el mapa, parecía un mapa, después de helada la tierra, negro y blanco, inmenso, el mapa del infierno.
(…)

 

 

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