La colaboración civil con la dictadura: un caso emblemático
(Carta abierta en el treinta aniversario
de la desaparición de nuestra madre)
I
El día de la boda real de Máxima Zorreguieta con el príncipe de Holanda, la orquesta tocaba “Adiós Nonino”, mientras la princesa lagrimeaba emocionada. Ella misma había elegido ese tema por ser el preferido de su padre, que no había podido estar presente por su vínculo con la dictadura militar. En 1976 Jorge Zorreguieta fue nombrado en la Secretaría de Agricultura, organismo del cual dependía el INTA, donde trabajó nuestra madre hasta el día de su “desaparición”. Así que cuando vimos por televisión las lágrimas de Máxima no pudimos dejar de pensar en nuestra madre: ni siquiera sabemos cual era su canción favorita.
Este 30 de marzo, mientras la reina de Holanda visite la Argentina y en todo el país se recuerden los treinta años transcurridos desde el golpe militar, nosotros recordaremos ese otro aniversario: Marta Sierra fue secuestrada en esa misma fecha, a menos de una semana de producido el golpe de Estado. Tenía 36 años y dos hijos (uno de los cuales, recién nacido, dormía junto a ella cuando la despertó el “grupo de tareas”). Nunca volvió a saberse de ella, y se presume que corrió el mismo destino que los miles de desaparecidos. En aquel momento poco podía hacerse ante la Justicia, mas que presentar unos inútiles “hábeas corpus”, poniendo en riesgo la propia vida. Hoy, cuando la Justicia parece volver a dar respuestas después de años de inacción, los hijos de Marta estamos prosiguiendo en los Tribunales la desigual batalla iniciada por nuestra familia en 1976. Mas por un deber ético que por la esperanza de encontrar –por fin- una resolución. Y como creemos que esa conciencia moral debería ser compartida por todos los ciudadanos, escribimos esta carta abierta, respondiendo a las declaraciones que hizo en su momento Jorge Zorreguieta sobre el caso de nuestra madre, en la creencia de que la difusión del pensamiento de dos ciudadanos hijos de una desaparecida no es menos importante que la difusión del pensamiento del padre de una princesa: todos tenemos una responsabilidad ante la Historia. En nuestro caso, esperamos que la exposición pública a la que vimos sometido nuestro caso sirva, al menos, como modesto aporte al aun pendiente debate sobre la colaboración civil con el régimen militar.
II
Es claro que la atención pública concitada sobre el caso de nuestra madre se debió a que uno de los mencionados en la causa era el padre de la princesa de Holanda. Pero nosotros no estamos interesados en su relación con la familia real, sino en su actuación pública bajo el “gobierno” de Videla. Y no solo en la suya, sino en la de todos aquellos civiles que tuvieron cargos de responsabilidad durante la dictadura mas sanguinaria de nuestra historia.
Si Zorreguieta se ha convertido en un inevitable punto de referencia al hablar del rol de los funcionarios civiles en el régimen militar no es por nuestra causa, sino gracias al Informe pedido por el gobierno de Holanda. Ese extenso Informe (que el mismo Zorreguieta ha calificado como “imparcial”) concluye sobre su actuación bajo la dictadura: “es impensable que no supiera nada sobre la práctica de la represión y la situación de los derechos humanos”.
En su descargo, Zorreguieta dijo: “Los hechos históricos mirados después de veinte años no tienen la misma fisonomía que cuando se vivieron”. Efectivamente, el paso del tiempo nos da la posibilidad de apreciar de un modo mas justo la actuación de los hombres (sobre todo si son públicos). Mas aun cuando esa actuación tiene lugar en tiempos de oscuridad, y la vida de miles de ciudadanos está en juego: hay que optar entre estar del lado de las víctimas y los victimarios. Y los eminentes funcionarios de la dictadura optaron –con sus actos-, al aceptar, sostener y reivindicar su desempeño en esos años.
III
En estos veinte años de democracia, cada vez que se ha hablado del periodo dictatorial abierto en 1976 se ha hecho hincapié en su brazo ejecutor (las Fuerzas Armadas), dejando en sombras a los distintos sectores que propiciaron y apoyaron el régimen. Hubo –en esa compleja gama de grises- participes directos e indirectos: hubo quienes actuaron por acción y quienes lo hicieron por omisión.
Lo que nunca hubo es una revisión a fondo sobre esa responsabilidad civil en los crímenes de la dictadura militar. No solo en cuanto a la connivencia de distintos sectores de la sociedad con el régimen, sino en su misma íntima relación con los poderes del Estado: los funcionarios civiles tuvieron una obvia responsabilidad –ética, como mínimo- al haber formado parte de una dictadura, cuyas políticas ayudaron a diseñar (aun cuando en nuestro país no hayan sido “condenados” –ni siquiera moralmente- por ello, sino –antes bien- recompensados con alguna cuota de poder).
No todos ellos tuvieron la suerte de ver a sus hijas casadas con algún príncipe, pero bajo la última dictadura cívico – militar todos ellos sirvieron –en distinto grado- a otro “príncipe” (ahora en desgracia), ya que sabían, como escribió Maquiavelo, que “los que manejan los negocios de un Estado, no deben nunca pensar en sí mismos, sino en el Príncipe. Pero también, por otra parte, el Príncipe debe pensar en ellos, revestirlos de honores, y atraérselos con los cargos que les confiera” (“De los secretarios de los príncipes”). Así, su participación fue compensada (ya que muchos de ellos siguen ocupando posiciones de prestigio), sin que nadie les reclame –ni su conciencia los turbe- por los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen al que pertenecieron: los secretarios siempre sobreviven a los príncipes...
IV
Zorreguieta fue nombrado en su cargo de la Secretaria de Agricultura en abril de 1976, unos días después del secuestro de nuestra madre. Esos pocos días le bastan para alegar que no tenía por que actuar de ningún modo en relación a ese hecho. Pero el secuestro –como todo el mundo sabe, ya que se ha vuelto tan presente en estos días como “ignorado” era entonces- no es un hecho puntual, producido y finalizado en el mismo momento de ocurrido, sino una acción que se prolonga en el tiempo. El secuestro se prolongó durante todo el tiempo en que Zorreguieta estuvo en su función, prosiguió hasta el fin de la dictadura y también bajo los gobiernos “democráticos” que se sucedieron, sin que hasta hoy hayamos sabido cual fue su destino.
Zorreguieta ha dicho: “En ningún momento me enteré; al contrario, para mí, todo esto es una novedad”. Sin embargo, el caso de nuestra madre ya fue objeto de información periodística cuando su hija se comprometía con el heredero de la corona (Página12, 31 de marzo de 2001). Por otra parte, como en la mayoría de los casos que fueron denunciados, se realizaron desde el primer momento todas las gestiones que se podían hacer –en el contexto del terror instaurado por la dictadura-: habeas corpus, pedidos oficiales, imploraciones extraoficiales...- hasta llegar, finalmente, a la denuncia ante la CONADEP, con la restauración de la democracia en 1984 (año en el Zorreguieta, según él mismo afirma, “recién” tomo conocimiento de las desapariciones), cuando el Estado reconoció su culpa (mas allá de los sucesivos intentos por perdonarse a sí mismo: de la autoamnistia de Bignone a los indultos de Menem).
La esperanza de que se hiciera Justicia entró entonces en un cono de sombra, y nuestra familia, después de tantos años de lucha (que llevaron a nuestro abuelo a la muerte, de pura tristeza) se resignó a no obtener respuesta. Sin embargo, la voluntad política de devolverle al Poder Judicial su rol primordial como institución de la República –o lo que queda de ella- ha alentado en nosotros una última esperanza. Es por eso que, casi treinta años después, y reconocida ya la culpa del Estado en forma genérica (sin que se haya hecho, por eso, una investigación a fondo sobre la represión), la única vía que nos queda es realizar una demanda penal, para que se indague lo que nunca nadie investigó: las responsabilidades individuales.
V
“Esta pobre señora, que lamentablemente desapareció, no tiene nada que ver conmigo”, dijo Zorreguieta. Esa “pobre” señora, Sr. Zorreguieta, no era digna de lástima hasta ser “desaparecida” por el mismo gobierno que usted integró: era una mujer íntegra, que trabajó en el INTA hasta que fue cesanteada... un día después de su “desaparición”. Fue ese un hecho “lamentable”, si, pero no accidental ni casual: Alguien determinó que fuera secuestrada por un “grupo de tareas”, que se la llevó sin siquiera dejarla vestirse, después de irrumpir en el cuarto en el que dormía con su hijo recién nacido. Es imprescindible –no solo para nosotros, sino para cualquier persona de bien- saber no solo quienes ejecutaron esa orden, sino también quien la dio, y cuales fueron las razones “de seguridad” invocadas (a través de una “ley” que era un manto pseudo-legal para encubrir la represión indiscriminada). ¿Qué motivos podía haber para que un grupo armado con armas largas raptara a una mujer indefensa mientras dormía? (¿Acaso su participación en el gremio estatal, acaso su compromiso social –en un area profundamente reaccionaria donde primaban los intereses ruralistas-, acaso las tareas de alfabetización que realizaba -enseñando a leer y escribir a adultos analfabetos? Todo es posible, ya que todo eso podía ser considerado “subversivo”...)
En cuanto a que ella no tenía “nada que ver” con usted, eso es mas que claro. Solo los unía su trabajo “técnico” en el Estado –usted como Secretario de Estado, ella como simple trabajadora- y el desempeño de nuestra madre “cesó” cuando fue secuestrada por la dictadura de la que usted pasó a formar parte. Pero, según sus declaraciones, “tampoco el INTA estaba en ese momento bajo la jurisdicción de la Secretaría de Agricultura”. Esperamos que pueda entonces usted informar al juez bajo que jurisdicción estaban el INTA, la Secretaria de Agricultura, y la misma Junta de Comandantes que decía “gobernar” la nación, ya que nadie ha asumido su responsabilidad en el diseño del plan represivo (que no fue improvisado en los primeros días del golpe, sino que se gestó previamente, como base “política” que garantizara la ejecución del plan “económico” cuyas funestas consecuencias aun estamos padeciendo: en ese período la deuda externa pasó de 8000 a 45.000 millones de dólares, sin que tampoco haya “responsables” de ese descalabro). “Técnicamente” hablando, se trata de crímenes de lesa humanidad. Pero ya sabemos que cuanto mas grande es el crimen, mas fácil es eludir la culpa.
VI
Dijo también Zorreguieta: “Nadie me informó que le había pasado algo, que había desaparecido”. Si el INTA no estaba bajo su jurisdicción, nadie tenía porque informarlo... De todos modos, es notable lo poco informado que estaba, siendo Secretario de Agricultura (y teniendo esa Secretaría un rango ministerial). En declaraciones públicas realizadas con motivo de la investigación llevada a cabo por el gobierno holandés, dijo que “solo en 1984 se tomo conocimiento de lo que había ocurrido”, aun cuando en nuestro país el tema era de conocimiento publico por lo menos desde 1978, y en el exterior –que Zorreguieta visitaba asiduamente por su labor oficial- ya desde los primeros meses posteriores al golpe de estado.
En 1984 lo único que cambió fue el discurso dominante: los que antes decían “por algo será” luego dijeron “yo no sabía nada”. Pero la intención era la misma: no asumir responsabilidad alguna por lo que había sucedido. Lo que es muy difícil de creer en el caso de quienes ocupaban cargos prominentes: ¿O alguien puede pretender que podía llevarse a cabo un plan sistemático de desaparición de personas, como fue probado en juicio, sin –por lo menos- el acompañamiento del establishment económico y político?
Aunque en la división del trabajo el ejercicio de la represión correspondía a los militares, el plan represivo era –como mínimo- un “secreto a voces” (ya que su realización demandaba esfuerzos en todas las áreas del Estado: sin ir mas lejos, los datos de los que iban a ser detenidos salían muchas veces de sus legajos públicos...). Los que “no participaban”, sabían. Los que “no sabían”, suponían. Y todos, consciente o inconscientemente, cubrían con un manto de silencio -o de vacías palabras, repitiendo como una invocación las consignas de la dictadura-, todo aquello que no fuera la impostura del funcionamiento “normal” del Orden “republicano”, de la civilización “occidental y cristiana”. Porque de algún modo sabían, también, que esas palabras iban a derrumbarse bajo el peso de sus actos, que ese silencio no se sostendría para siempre (al menos del lado de las víctimas...).
Y aunque siempre se cuidaron –se cuidan- de hablar públicamente sobre el tema, fue el mismísimo Videla –jefe militar al fin- quien lanzó (en nombre del Estado, frente a periodistas extranjeros que lo importunaban insistentemente) esa frase que le ha hecho un sitial en la Historia Universal de la Infamia: “Un desaparecido no está muerto ni vivo: no tiene entidad, no existe”. Era la confesión directa del plan: la ilusión de que la desaparición borraría el crimen. Ya que también pretendían borrar su historia, su recuerdo (para que nadie los molestara en su nombre). Como si bastara con un simple gesto burocrático -que los dejara “cesantes”, “ausentes para siempre”- para determinar su desaparición absoluta, metafísica. Con un solo gesto que representaba el sueño del poder absoluto: hacer una cruz en un nombre y después olvidarlo, como uno mas entre tantos (sin que ningún grito final, ninguna última mirada, vinieran a turbar la paz de las conciencias).
VII
Es claro que los civiles no participaron directamente de la represión: solo la usufructuaron, una vez que las Fuerzas Armadas tomaron el poder. Ya que para esto fueron llamadas: para que se encargaran del trabajo sucio (que debía ser hecho, por supuesto, en las sombras) utilizando todo el poder del Estado (lo que garantizaba, con la efectividad “profesional” de las tres Armas, dejar atrás las desprolijidades de los grupos parapoliciales de la AAA): y así actuar sin salpicar con sangre las actividades “oficiales”, el desarrollo “normal” de las otras actividades del Estado.
El secuestro, la tortura y el asesinato pasaron así a estar “fuera del área” de los funcionarios civiles, que siempre han usado un lenguaje burocrático que licua sus responsabilidades: el prototipo histórico es el régimen nazi, que también hablaba de “solución final” para no llamar por su nombre al liso y llano exterminio. Uno de sus mas altos funcionarios, Adolf Eichmann –que supo vivir tranquilamente en Argentina-, se defendió en juicio definiéndose como “un simple técnico” (como cuenta el libro de Hannah Arendt, que describe con claridad esa “banalidad del mal”, explicando por que comunes magias puede un hombre dormir con la conciencia tranquila aun habiendo pertenecido a un gobierno que desapareció en la “noche y niebla” a miles de personas.)
VIII
En una de sus lacónicas declaraciones sobre su labor como Secretario, dijo Zorreguieta: “No me siento moralmente responsable”. ¿Se siente responsable en alguna forma, entonces? Y si no lo siente en absoluto: ¿Quién cree que debería sentirse responsable?
Los únicos que se han sentido “responsables” son aquellos para quienes los desaparecidos no son solo los hijos, hermanos, o padres de alguien, sino también suyos. Ya que, como prójimos, siempre “tendrán que ver” con nosotros. Con todos aquellos que no creen que pueda haber una democracia verdadera construida sobre el silencio y la impunidad, porque un país no puede reconstruirse sobre un cementerio de tumbas sin nombre.
La Verdad y la Justicia solo serán realmente posibles si todos aquellos que se dicen “hombres de bien” hacen realmente el bien, y no dejan al país –hoy como ayer, solo para satisfacer su ansia de poder- en manos de asesinos profesionales y burócratas del terror. (Y escuchando ciertos discursos que privilegian la “seguridad” –la misma que decía defender el Proceso- sobre los derechos humanos, uno comprende porqué pasó lo que pasó, y porque puede volver a suceder...)
La única forma de salvaguardar el futuro –de mantenerse alertas ante una clase dominante que no vacila en matar cuando lo considera necesario, frente a una sociedad facistoide que lo avale- es echar luz sobre el pasado, para que no vuelva una y otra vez sobre un presente que no termina de asumirlo: Los que saben (algo o mucho) deberían decir lo que saben, los responsables (en algo o en parte) deberían asumir su culpa, y los culpables (por obediencia de vida) cumplir su condena. Para que ningún hijo de la Argentina tenga que vivir con ello(s).
Porque mientras no sepamos el destino de todos y cada uno de nuestros desaparecidos (porque los desparecidos son de todos, aunque no todos quieran asumir el peso de la Historia) nunca podremos encontrar –como sociedad- la verdadera paz. Y siempre habrá algún fantasma que venga a turbar la memoria de víctimas o victimarios, comprometidos o indiferentes.
IX
En conclusión: Para entender la enormidad del crimen, hay que entender los motivos. Hace treinta años, el 45% de los asalariados participaba del PBI, y había menos de un 5% de pobres. Hoy tenemos un 40% de pobres y una clase trabajadora que solo participa en el 20% del PBI. Este país desigual es fruto de aquella dictadura militar, y así como el modelo económico establecido entonces aun sigue vigente, también hay una continuidad en su política de exclusión (incluida la exclusión de la memoria de la participación civil en la dictadura y el castigo a todos los responsables: porque no hay “museo” que alcance, si ni siquiera hay datos -“oficiales” y completos- que puedan alguna vez llenarlo).
Las victimas –de ayer y de hoy- siguen esperando Justicia, mientras la mayoría de los responsables sigue en libertad (o ni siquiera son importunados por esto –como en el caso de los colaboracionistas civiles-, siendo, por el contrario, premiados con lugares sociales de privilegio).
Esto es lo que queríamos decir, en este treinta aniversario. Con la esperanza de ser escuchados, con la certeza de ser perseguidos, por el fantasma de esa generación exterminada que aplasta, como en una pesadilla, este presente que pudo ser distinto. Sabiendo que no habrá Justicia si no hay antes Verdad, ni Verdad si no hay –en algún oscuro día- Justicia.
Nicolás y Guido Prividera


Empezó el otoño y con el los preparativos para la gran fiesta de 30 Aniversario de la promoción. Esta será el 12 de Agosto de 2006.
Necesitamos ayuda para la organización. Los que quieran colaborar, aunque sea en algo, por favor manden un mail al HCO a la siguiente dirección:
HCO-cnba76@yahoogroups.com
UN abrazo y nos estamos viendo
The moderator

Date: Mon, 20 Feb 2006 03:53:21 -0300

Disculpen la molestia.; Mi nombre es Diego Olivares, tengo 23 años y soy de nacionalidad argentina. Soy hijo de padres desaparecidos durante la dictadura militar argentina; a fines de 1979 y principios de 1980. Ellos eran Juan Olivares (25 años en el día de su desaparición) y Julieta Alzugaray (23años). La razón de este mail es encontrar a mi hermano dado en adopción después de la desaparición de mis padres. He intentado encontrarlo a través de varios caminos sin llegar a obtener resultados certeros. Un amigo me comentó acerca de estas cadenas de mail y me decidí a realizarla con la esperanza de que mi hermano al leerla (o alguna persona cercana a él) se comunique conmigo para realizar el esperado reencuentro. Para ello necesito de su ayuda. He consultado en varios organismos gubernamentales y de derechos humanos, así como H.I.J.O.S.y MADRES DE PLAZA DE MAYO, sin llegar a obtener información certera. Los únicos datos que me han dado es que existen sospechas de que mi hermano podría haber sido dado en adopción, con el nombre de ALEXIS FRENETTE, a una pareja de franceses; o bien podría estar en el país con cualquier otro nombre. Por favor envíen este mail a cuanta persona conozcan con la esperanza de poder reencontrarme con mi hermano y llegar a tan ansiado día. Si tienen alguna información,
escríbanme a mi dirección de e-mail: diegoolivares@hotmail.com
Muchas gracias,

Diego Olivares
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A la solidaridad Internacional: dar máxima difusión a este envío
AYUDEMOS A CLARA A ENCONTRAR A VICTORIA
Victoria, la hermana de Clara Petrakos, nació en 1977 en la cárcel clandestina de la dictadura argentina conocida como El Pozo de Banfield.
Los represores la secuestraron y nadie sabe donde está o cual es su nombre.
Clara tiene la esperanza de que haciendo circular su foto y la de sus padres, Victoria pueda reconocer el parecido y
averigüar sobre su pasado.
Ayudemos a que estas hermanas se reencuentren haciendo circular esta foto: http://www.comcosur.com.uy/images/hermana.gif
Mi hermana nació entre el 8 y el 13 de abril de 1977 en Banfield, provincia de Buenos Aires. Fue arrebatada de los brazos de nuestra madre. Puede tener ualquier nombre, apellido y fecha de nacimiento. Todos los organismos que corresponde: nacionales, internacionales y la justicia conocen esta búsqueda que ya lleva 27 años. Mi hermana no. Por favor hacer circular esta información.
Nota de REDH:
Se solicita máxima difusión para este pedido. REDH ha distribuído el mensaje a una nómina de 26.085 direcciones suscriptas a su lista. Se espera que gran parte de uds. tome la campaña de búsqueda como propia y reenvíe el pedido a su grupo de contactos (como siempre en copia oculta a fin de no favorecer cadenas que terminan siendo bases de datos para campañas de e-marketing). Cada uno de uds. puede sumarse a la campaña de la manera en que consideren sea más propicia: reenviándola, imprimiendo volantes, difundiendola en medios a los que pertenezcan.


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